lunes, 30 de abril de 2018

"Penny Dreadful": monstruos como nosotros

Dicen que todo lo bueno se hace esperar. Quizá por eso he podido disfrutar de un tirón de la serie Penny Dreadful cuando ha pasado más de un año desde su final y casi cuatro desde su estreno.

La serie de Showtime reimagina de forma respetuosa pero novedosa a los grandes personajes de la literatura decimonónica de terror (Drácula, Dorian Gray, Frankenstein, Doctor Jekyll, etc) y los arquetipos más universales y clásicos del terror (el vampiro, la bruja, el hombre-lobo, el no-muerto...) haciéndolos convivir en un mismo espacio y lugar, conformando algo similar a lo que logró Alan Moore en su magnífica novela gráfica La Liga de los Hombres Extraordinarios. Así, Penny Dreadful nos sumerge en una historia que básicamente cuenta las aventuras de un grupo de siniestros antihéroes contra el Mal, ya adopte éste la forma de vampiros acólitos de Drácula o de brujas al servicio de Satanás. A este respecto conviene aclarar que pese a su estructura episódica que la acerca al folletín y a su división en temporadas (tres), Penny Dreadful conforma una única historia en la que cada temporada constituye una parte diferente del esquema clásico de una narración: introducción (primera temporada), nudo (segunda temporada) y desenlace (tercera temporada). Narrativamente, creo que John Logan, creador y máximo responsable de esta producción, hace un gran trabajo, a pesar de ciertos problemas de "tempo narrativo" (en la segunda es excesivamente lento y en la tercera demasiado rápido) y de que algunas tramas y personajes están peor resueltos que otros. Digo que ha hecho un gran trabajo porque combinar tantos y tan conocidos personajes, arquetipos y temas para ofrecer algo fresco y entretenido no es nada fácil. Y Penny Dreadful lo logra. A ello ayudan bastante un reparto muy solvente en sus actuaciones (Eva Green, Timothy Dalton y Josh Hartnett son sus rostros más conocidos), un diseño de producción muy cuidado que te sumerge con mucha facilidad en todas esas ciudades distintas que era el Londres de finales del XIX, una fotografía excelente (es complicado hacer que algo sórdido o truculento resulte tan agradable a la vista) y la sensacional y conmovedora banda sonora compuesta por Abel Korzeniowski. Tampoco hay que ningunear el acertado tratamiento de los personajes, puesto que están llenos de matices y claroscuros que los hacen menos ficticios y más verosímiles y, además, están dotados todos ellos, hasta los más secundarios, de un carisma magnético que hace complicado no empatizar con ellos. En este sentido, he de reconocer que lo que hace Rory Kinnear encarnando a la criatura de Frankenstein me parece simple y llanamente a-co-jo-nan-te. Conviene añadir además que si bien es una serie con (lógicamente) varias concesiones al terror e incluso al gore, también exhibe escenas de una hondura emocional estremecedora que demuestran el alma de esta producción.

Dicho esto, creo que lo mejor de la serie es algo que simultáneamente subyace y trasciende la maraña de tramas que conforman las inquietantes y entretenidas peripecias de Vanessa Ives y compañía. En mi opinión, el gran logro de Penny Dreadful es hablar sobre la humanidad utilizando a "monstruos". Lo monstruoso para hablar de lo humano. La ficción para hablar de lo real. Nada nuevo bajo el sol literario. En ese sentido, esta producción constituye un recorrido por esa red de dicotomías, contradicciones y paradojas que conforma el tapiz de la condición humana. Así, el espectador constata al cabo de las tres temporadas cuánta belleza cabe dentro de la fealdad, cuánta fealdad puede ocultar la belleza, cuánta oscuridad hay en el interior de la luz, cuánta luz puede haber en las entrañas de la oscuridad, cuánta muerte existe en la vida, cuánta vida hay en la muerte, cuánta lógica hay en la locura, cuánta locura hay en la razón, cuánto dolor puede haber en la alegría, cuánta alegría puede anidar en el dolor. 

Por todo ello, el principal tema de Penny Dreadful, por encima de la lucha entre el Bien y el Mal sobre la que pivotan las tenebrosas aventuras de sus protagonistas, es sin duda alguna la aceptación de la identidad, la asumción honesta y consciente de todas nuestras luces y sombras, de nuestras virtudes y defectos, de nuestro lado angelical y de nuestro lado demoníaco; lo cual no es precisamente fácil por esa alergia nuestra al reconocimiento de lo negativo y la propensión a la excusa como vía de justificación. En ese sentido, acertadamente, la serie muestra cómo sus protagonistas dejan de estar tan sumamente atormentados cuando se aceptan a sí mismos, liberándose así de todo lo monstruoso que hay en ellos y permitiendo emerger su humanidad y alcanzar de esta manera una agridulce serenidad. Una de las frases más memorables relacionadas con esto la dice el joven y atribulado Víctor Frankenstein en una de las escenas finales de la serie: "Es demasiado fácil ser monstruos. Vamos a intentar ser humanos". 

Por si todo lo anterior fuera poco, Penny Dreadful permite al gran público conocer a dos grandes poetas del romanticismo inglés como son John Clare y William Wordsworth, gracias a los poemas que, en dos monumentales escenas, recita de forma absolutamente brillante y conmovedora la criatura de Frankenstein: I am! de Clare y Ode: Intimations of immortality from recollections of early childhood, de Wordsworth, poniendo por cierto este último poema un sobrecogedor "The End" que a mí me dejó con los pelos de punta y las lágrimas en los ojos.

Así las cosas, no me extraña nada todo el fandom que originó esta serie (a sus fans se les/nos llama dreadfuls). Tan es así que debido a sus legiones de seguidores esta ficción ha continuado su andadura en formato cómic gracias a Titan Comics. Algo muy similar a lo que ocurrió en su día con Buffy, cazavampiros o más recientemente con El Ministerio del Tiempo. Y es que Penny Dreadful tiene un encanto extraño al que es imposible resistirse y del que es imposible olvidarse. Quizá porque lo bueno, cuando lo es de verdad, nunca conoce la muerte. Y esta serie es muy, muy buena.

domingo, 29 de abril de 2018

Agradecimiento a "La Manada"

Lo reconozco. He dejado pasar unos días deliberadamente tras la sentencia. De no haberlo hecho, muy seguramente este artículo sería un ejemplo de coprolalia y también constitutivo de delito, por las cosas que me apetecía decir. Por eso, he preferido escribirlo cuando han descendido tanto la polvareda de la polémica como las pulsaciones del enfado. Aclarado esto, sigo o, mejor dicho, comienzo esto que no es más que una carta abierta a cinco presuntos seres humanos.

Os llamáis José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Ángel Boza, Jesús Escudero, Antonio Manuel Guerrero. Preferís haceros llamar "La Manada", un sobrenombre fácil para un grupo de Whatsapp y acorde a vuestra acreditada condición de bestias. Se me ocurre otro aún más preciso para definiros pero entiendo que "Hijos de la grandísima pu*a" resulta demasiado largo para temas de guasapeo e implica menospreciar a unas mujeres, vuestras madres, cuyo único pecado en todo esto es haberos dejado nacer en lugar de acabar en un cubo de abortos. Tranquilos, chicos. Si leéis el título del artículo sabréis que os voy a dar las gracias. Atentos.

Os doy las gracias, manada, porque habéis demostrado que los únicos animales que merecen estar al otro lado de unas rejas, privados de libertad, sois vosotros y toda la demás escoria antropomórfica como vosotros.

Os doy las gracias, manada, porque habéis conseguido que la soledad pase de las víctimas a los victimarios y a los indeseables que les dan amparo, ya sean familiares, jueces con votos particulares o abogados sin vergüenza.

Os doy las gracias, manada, porque habéis logrado poner de acuerdo a la inmensa mayoría de una sociedad propensa a una discrepancia cainita en un tema de la máxima importancia.

Os doy las gracias, manada, porque habéis permitido que quede patente al país que todo lo que no sea "Sí" es "No" y que la libertad de una persona acaba donde empieza la de otra.

Os doy las gracias, manada, porque habéis recordado a los legos en Derecho que en España existe afortunadamente la posibilidad de interponer recursos contra aquellas sentencias injustas o chapuceras, como es el caso de la resolución que os ha condenado. Porque, entre nosotros, no os podéis quejar. Vuestra sentencia, manada, es un monumento a la incongruencia al no estar alineadas la consideración de hechos probados y la calificación penal de los mismos. Dicho de otro modo: la sentencia considera probada la existencia de agresión sexual pero os condena por abuso sexual. Es tan coherente como explicar pormenorizadamente que una falta merece tarjeta rota y saldar el lance con una simple tarjeta amarilla.

Os doy las gracias, manada, porque habéis evidenciado que la Justicia si quiere serlo de verdad no puede depender de debates semánticos (¿por qué lo llaman "prevalimiento" cuando quieren decir "intimidación"?) ni de apreciaciones subjetivas supeditadas a la lucidez mental o integridad moral del juez de turno.

Os doy las gracias, manada, porque habéis sacado de sus casas y el silencio a quienes pensamos que otra Justicia puede y debe ser posible; a quienes creemos que cuando la aplicación de una ley genera tal indignación y resulta tan humillante no sólo a la víctima sino al sentido común hay que cambiar tanto la norma como a quien la aplica.

Os doy las gracias, manada, porque habéis subrayado la necesidad de abandonar ese hipócrita complejo de "no legislar en caliente" si con ello se evitan más cuerpos fríos o que se te quede el cuerpo frío con la enésima salvajada de turno.

Os doy las gracias, manada, porque habéis recordado a los soberbios y ensimismados entogados dedicados a la magistratura que son tan falibles como cualquier ser humano, que en ocasiones como ésta los fallos contenidos en sus resoluciones son literalmente eso: fallos.

Os doy las gracias, manada, porque habéis expuesto claramente que España cuenta con una concepción y legislación penal excesivamente garantista (y benévola) con los delincuentes y que, por eso, puede y debe ser modificada para evitar toda clase de injusticias.

Os doy las gracias, manada, porque habéis dejado patente que es necesaria aún mucha pedagogía para que las víctimas dejen de ir entre interrogantes y para aniquilar de la sociedad cualquier concepción retrógrada que dé pábulo a razonamientos como el de la película Airbag: "La culpa es de los padres que las visten como putas". Que el problema no está en cómo una mujer vista o actúe sino en lo que un hombre se cree con derecho a hacer. Y lo vuestro, campeones, ni es un derecho ni es de hombres. 

Os doy las gracias, manada, porque habéis dejado manifiesto que el silencio, el miedo o la vergüenza son los mejores cómplices que pueden tener aquellos que, como vosotros, representan lo peor del ser humano.

Os doy las gracias, manada, porque habéis hecho lo suficiente como para que haya llegado a su fin el tiempo en que basura como vosotros gozaba de una protección legal y social que tenía bastante de impunidad y mucho de insulto.

Os doy las gracias, manada, por recordarme que no toda la gente merece vivir, al menos en libertad.

Ya veis, chicos, soy muy agradecido. Mi próximo agradecimiento será (espero) cuando en segunda instancia algún magistrado tenga a bien tirar de la cadena y que así os vayáis por donde se va la mierda que habéis demostrado ser.

sábado, 28 de abril de 2018

Un título de inglés y diez lecciones

Las cosas más importantes de la vida no te las enseñan sino que las aprendes. A menudo, de forma tan sutil que parece inconsciente. Con frecuencia, gracias a pequeños detalles o historias, alejadas de la épica deslumbrante de los grandes hitos y hazañas. Hoy voy a hablar de una de esas menudencias que encierran útiles lecciones para la vida.

Entre mis objetivos para este curso 2017-2018 figuraba acreditar mi nivel de inglés de una manera oficial. Para ello, me matriculé en la Academia Chester (en la sede de la calle Ramón de la Cruz) en un curso intensivo impartido los sábados de ocho y media a once y media de la mañana. Al hacer la necesaria entrevista para calibrar inicialmente mi nivel en el manejo del idioma de Shakespeare estuve ligeramente nervioso pero confiado en poder demostrar que tenía un nivel C1, tal y como me habían asegurado antaño, cuando recibía clases de inglés personalizadas en mi anterior trabajo. ¿El resultado? Al finalizar esa entrevista preliminar, la persona que me entrevistó me dijo con rotunda honestidad y aséptica cortesía que yo tenía mayormente un nivel B2 con varios fallos propios de B1; es decir, que de aspirar al C1 nada de nada. Primera lección: nunca des nada por supuesto. La entrevistadora me aconsejó matricularme en algún curso preparatorio para acreditar el B2 (lo cual se consigue realizando el famoso examen conocido como First). Yo, movido por un ataque de orgullo o tal vez de confianza en mis posibilidades, descarté dicho consejo y me matriculé en el curso intensivo que he mencionado, con vistas a acreditar el C1 (es decir, con vistar a superar el examen del CAE o Certificado de Inglés Avanzado), objetivo que no tardé en formalizar al inscribirme igualmente para la primera oportunidad de realizar la prueba del Advanced, la cual tendría lugar en apenas dos meses. Segunda lección: que la realidad no te impida luchar por tus metas. No obstante, quiero dejar clara una cosa: me bastaron un par de clases para darme cuenta de que tenía mucho que mejorar si quería tener la más mínima posibilidad de superar el reto y no naufragar en el intento.

En este punto de la anécdota he de reconocer que en mi progreso con la lengua anglosajona sería impensable sin tener en cuenta el sensacional desempeño de los dos profesores que imparten el citado curso (Sandra y Danny), la utilísima dinámica de las clases, los estupendos recursos preparatorios que brinda Chester y el buen rollo y nivel de inglés de mis compañeros de clase (y eso que yo era un xennial entre millenials). Así que, gracias a esos factores, obtener el C1 casi contrarreloj no parecía tan difícil como coger el vellocino de oro. Tercera lección: todo depende de ti...pero no sólo de ti.

Continuando con la historia, durante las semanas que restaban hasta la celebración del examen del CAE, me dediqué a sacar horas de donde fuera con tal de preparar adecuadamente dicha prueba. Así, en los escasos huecos que me dejan los maratonianos estudios de las oposiciones a las que me voy a presentar y desoyendo los cantos de sirena del cansancio, me dediqué a hacer los ejercicios indicados en clase y, como extra, a realizar un montón de simulacros (he de reconocer que fui un auténtico "pesado" en este sentido y martiricé a Sandra con mis peticiones de ejercicios). Cuarta lección: lo difícil nunca se consigue desde lo fácil. Así las cosas, llegó el momento de enfrentarme al CAE: primero, a la parte oral  (conversación) y luego, a las otras tres partes restantes (uso, escritura y escucha). Tras de mí había dejado todo un reguero de ejercicios que distaban mucho de ser perfectos o siquiera aptos pero que, precisamente gracias a su objetiva imperfección, me habían estimulado para no rendirme y seguir esforzándome porque soy de los que piensan que cada error te acerca un poco más a ese éxito que es llegar a ser tu mejor versión. Quinta lección: fracasa para triunfar y aprende para demostrar. El caso es que al concluir el CAE, yo no estaba plenamente convencido de haberlo superado, quizá por el trauma que tengo con las benditas oposiciones y sus notas de corte. Por eso, al regresar a casa, mi estado mental y anímico oscilaba entre el desánimo y el cabreo, toda vez que me sentía profundamente decepcionado conmigo mismo por el examen que había hecho después de tantísimo esfuerzo y dedicación. Así que lo único que me quedaba era tener la templanza suficiente hasta que Cambridge anunciara mi calificación. Sexta lección: la paciencia consiste en saber dar espacio al tiempo.

Semanas más tarde, esto es, hace pocos días, he recibido en mi email una notificación preliminar y oficiosa de mi resultado: he conseguido superar el examen y, por tanto, mi nivel de inglés es C1. Sinceramente, ante la cruel sequía de buenas noticias que me acompaña desde hace años, tardé en creerme lo que la pantallaba mostraba. Pero era cierto. Después de todo, había logrado mi objetivo, superando a mi mayor obstáculo: yo mismo. Séptima lección: el esfuerzo siempre recompensa (effort always pays off). No obstante, aun siendo indudable que trabajé muy duro para realizar esta pequeña gesta, no menos indudable es que habría sido impensable sin la gente de Chester, especialmente en lo que a mis profesores y compañeros se refiere. Por eso, del mismo modo que estoy profundamente orgulloso de haberle echado tanto coraje al asunto, estoy muy agradecido a quienes me han acompañado en esta aventura que comenzó con pinta de B2 y ha terminado con un C1. Octava lección: mejorar siempre implica tener alguien a quien dar las gracias. Así que thank you, guys!  

Así las cosas, aún me queda mucho por hacer y lograr para volver a tener una vida medianamente normal pero pequeños grandes triunfos como éste permiten poder mirar a los ojos a retos más difíciles sin agachar la mirada. Y es que hay una cosa que me ha quedado clara: el fracaso no consiste en no superar un desafío sino en no hacer todo lo necesario para lograrlo. Novena lección: nunca lo conseguirás si no lo intentas con todo tu corazón. No sé en qué medida el certificado del C1 me va a cambiar la vida (mi CV desde luego que sí) pero lo que sí sé es que me ha reforzado a la hora de tener claro que todo consiste en la voluntad de querer mejorar. Décima lección: para avanzar sólo necesitas dar un paso y luego otro y repetir hasta que llegues donde quieres.

En resumen: pocas veces me ha sabido tan bien un Well done! como éste.

martes, 24 de abril de 2018

Todo menos entretenido

Un partido en el que el Atlético fue de menos a más y el Betis de más a menos para acabar ambos equipos llegando al mismo lugar: la nada. Por eso, un empate a cero no parece demasiado injusto visto lo que ocurrió sobre el césped, por mucho que las mejores ocasiones fueran de los locales. Eso sí, el ambiente y complicidad entre aficiones fue sensacional antes y durante el partido jugado sobre el mismo terreno en el que un día antes cierto equipo detestado por colchoneros y béticos hizo un estrepitoso ridículo.

Con la atención puesta en el Arsenal, el Atleti dedicó 60 minutos a evitar la victoria verdiblanca y 30 a buscar el triunfo rojiblanco. Ese cambio de dinámica coincidió con el ingreso en el juego de los teóricos titulares y sirvió para maquillar ligeramente un partido lleno de imprecisiones en el que la falta de chispa física y/o mental castró al encuentro del adjetivo "entretenido". No obstante, a pesar del tostón, hay que realzar el desempeño de tipos como Lucas, Saúl e incluso Torres, quienes en mi opinión fueron de lo poco aceptable en un partido gris de casi todo el equipo local.

Quiero pensar que este bache (un punto de seis) se debe, por un lado, al agotamiento y las lesiones y, por otro, a que la Europa League se ha convertido en el principal e innegociable objetivo, dado que ya es lo único que permite al Atleti obtener un notable en la calificación final del curso, quedándose así a la Liga una cara de "ya te llamaré". Si me he equivocado en el diagnóstico, mal asunto, porque jugando como en los dos últimos partidos ligueros es improbable que el Atlético llegue siquiera a la final de la citada competición europea.

No obstante, estoy casi convencido de que en la semifinal contra el Arsenal los aficionados volveremos a ver una versión del equipo más acorde con la leyenda que merecida y exitosamente se ha forjado en los últimos años. La afición se merece un equipo a su altura y la Europa League es un buen escenario para demostrarlo. ¡Aúpa Atleti!

lunes, 16 de abril de 2018

Una goleada para todos los públicos

Tras el incómodo partido en Lisboa, se agradeció la plácida tarde vivida en el Metropolitano. El Levante, cargado de tanta voluntad como impotencia, ayudó bastante a que el encuentro resultara tan peligroso para los rojiblancos como el ataque de ira de una tortuga. El Atlético, por su parte, se dedicó a controlar el partido con una superioridad evidente que, por un lado, ayudó a disfrutar con varias jugadas de mérito y, por otro, permitió a algunos jugadores tener la comodidad y tranquilidad necesarias para reivindicarse, véase Correa (hizo varias cosas bien, lo cual es todo un hito) y Vitolo (quien está cogiendo confianza e influencia en el momento definitivo de la temporada). La conclusión de todo esto: 3-0, una victoria más y un partido menos.  Al margen de esto, hubo una cosa que quedó clara para todo aficionado: los penaltis dudosos o inexistentes sólo se pitan a favor del Real Madrid, por desgracia para "Fortnite" Griezmann.

Así las cosas, los mayores y menores (el Día del Niño se notó) que asistieron al partido pudieron vivir una goleada para todos los públicos en una tarde que pasará a la historia por varios motivos: por ser la primera en que el graderío del Metropolitano se cubrió con un tifo ("115 años contigo"), por asegurar la presencia en la próxima Champions League por sexto año consecutivo y por el gol 100 de Fernando Torres en Liga. Por cierto, hablando de la leyenda conocida como "El Niño": visto lo visto siguiendo siendo útil o, al menos, su rendimiento no es peor que el de otros que han gozado de más minutos. De lo que no hay duda es de que el cariño y respeto que se tiene a Fernando Torres por parte de la hinchada colchonera está por encima de cualquier pasado, presente o futuro.

Lo mejor de todo es que, afrontando ya la recta decisiva de las competiciones liguera y europea, el equipo parece, en líneas generales, bastante más entonado y con una mejoría patente en varios jugadores de los que se espera que firmen sonrisas rojiblancas en esos niños que, como ayer, acudieron al Metropolitano, con su papá de la mano, como diría el gran Joaquín Sabina.

¡Aúpa Atleti!

jueves, 12 de abril de 2018

Recrear y religar

La casualidad ha querido que coincidan en el tiempo la reciente publicación de dos libros escritos por gente a la que aprecio. Por un lado, Alejandro Gándara y su novela La vida de H (Ed. Salto de Página). Por otro, Julián Ruiz y su obra Hubo otra Estella (Ed. R de Rarezas). Dicho así, me siento un poco como esa "voz en off" que acompaña a los paseantes por la Feria del Libro de Madrid. En fin, sigo.

Ambas publicaciones no pueden ser más distintas, como lo son sus autores, pero en el fondo sirven para ejemplificar lo mismo: cómo la creación literaria no es más que un ejercicio de volver a crear la realidad, de rehacer, de reinterpretar, de ajustar cuentas con ella, de descodificarla y volverla a codificar a nuestro gusto, de desconectarse de ella para volver a conectarse de una forma absolutamente personal y única, de "religar"; de jugar con lo vivido, sentido, sabido y recordado para dar algo nuevo a sí mismo y a los demás; de devolver a la realidad el favor mediante una ficción que forma parte de ella físicamente. Esto no es ninguna novedad, porque el copyright viene de antiguo (concretamente, desde que Platón nos hablara de la poiesis banquete mediante). Además de lo que acabo de apuntar, tanto La vida de H como Hubo otra Estella son un buen ejemplo de que toda ficción, toda obra artística en general y literaria en particular, nace de uno, de las entrañas donde anidan todos nuestros recuerdos, filias, fobias, luces, taras, emociones y sentimientos, de manera que toda obra es autobiográfica porque las historias se cuentan desde uno, desde esa atalaya que es la vida que cada uno ha tenido y tiene. Por eso, la tópica pregunta que se hace al autor de turno de "¿En qué medida esta obra es autobiográfica?" es bastante prescindible, salvo que se quiera entrar en el terreno del cotilleo, que poco o nada tiene que ver con lo literario. 

Alejandro y Julián han recurrido a la misma materia prima (los recuerdos) para elaborar dos obras tan distintas como interesantes y atractivas. En el caso de Gándara, La vida de H tiene las formas de un cuento de hadas a medio camino entre lo infantil y lo postmoderno pero con un aliento entrañable de confesión cómplice, especialmente para aquellos que tenemos la suerte de conocer a Alejandro y cuya hondura humana e intelectual es impagable. Por su parte, Ruiz nos demuestra en esos relatos híbridos de anecdotario y crónica bajo el título Hubo otra Estella que las ciudades, esos telones de fondo que hacen las veces de hogar, no dejan de ser lienzos sobre los que se han ido superponiendo los diversos retratos del tiempo y las personas, como una especie de cuadernos de notas en los que las palabras, los tachones y las anotaciones marginales forman una arquitectura caótica, íntima y colectiva por igual; unos retratos y notas que como bien demuestra Julián conviene no olvidar porque para saber dónde ir primero hay que tener claro de dónde se viene.

Más allá de la calidad literaria y la calidez humana que hay bajo los negros y blancos de ambas obras, hay que reconocer el esfuerzo que supone parir una obra literaria. Y es que crear, escribir, tiene mucho de dejar que lo que tienes dentro salga fuera y viva su propia vida con independencia de ti. Y no sólo eso, porque cuando te das a los demás mediante la literatura no estás únicamente mostrando al mundo qué hay en tu interior sino, además, exhibiendo cuánto del mundo ha entrado en ti. De ahí que, cada vez que lees un libro no sólo estás asomándote a un hábitat ficcionado en mayor o menor medida; también estás colándote en la intimidad del autor por una puerta que él mismo ha dejado entreabierta. Por cierto, hablando de esfuerzos, chapó por Salto de Página y R de Rarezas, dos editoriales que demuestran que competir con los grandes mastodontes del sector no es una cuestión de sombra sino de brillo.

Si alguien quiere felicitar a los autores, cosa que sería agradecible, pueden hacerlo con facilidad. En el caso de Alejandro, a través de ese refugio contracorriente que es la Escuela Contemporánea de Humanidades. En el caso de Julián, en las calles de esa otra escuela enclavada en el corazón de Navarra llamada Estella. Yo, más allá de sentimentalismos y amistades, he optado por algo más práctico y terrenal: comprar con intención de leer. La vida de H ya está en mi biblioteca. Hubo otra Estella pronto lo estará. ¿Por qué? Porque me apetece mucho disfrutar página a página con estas obras que dan validez a aquello que dijo el poeta Paul Éluard: "Hay otros mundos pero están en éste. Hay otras vidas pero están en ti".

lunes, 9 de abril de 2018

Torres

Fernando Torres se va del Atlético de Madrid. No es la primera vez que una leyenda se marcha del Atleti. Tampoco será la última. Con él se va uno de los futbolistas más laureados (por no decir el que más) de cuantos han honrado la camiseta rojiblanca, un grandísimo delantero y un tipo ejemplar dentro y fuera del terreno de juego. De ahí que el único reproche que se puede hacer a este icono rojiblanco es tener un tóxico entorno (Antonio Sanz, Matallanas...) que no ha ayudado precisamente a facilitar su relación con un Simeone empeñado con sus declaraciones y decisiones en cebar un runrún que resulta lamentable para una afición que idolatra merecidamente tanto a uno como a otro. Más allá de eso, Torres es uno de los atléticos más ejemplares que han pasado por el club en toda su historia. Es la estrella que brilló en la época más oscura del Atleti. Por eso, especialmente ahora que ha anunciado su marcha definitiva del equipo tras su retorno en 2015, merece el máximo respeto y agradecimiento: por lo que ha demostrado con un balón en los pies y sin él. Fernando Torres es una de esas personas que permiten responder a la pregunta "¿Papá, por qué somos del Atleti?". Un apunte a propósito de todo esto: en los últimos tiempos parece que el Atlético de Madrid es demasiado propenso a "perder" emblemas generacionales con preocupante ligereza: el Vicente Calderón, el escudo y ahora Fernando Torres.

El crack, elegante como siempre en el fondo y en las formas, afirma que se va por su falta de protagonismo. Es decir, por la falta de oportunidades. Nadie podrá discutir ni la legitimidad de su razón ni el fundamento de la misma...ni el decisivo papel del entrenador del equipo en ella. Hace unas semanas analicé la relación entre Simeone y Torres en un artículo. Por eso, no me extenderé mucho ahora. Baste decir que "Cholo", como cualquier persona, es libre de hacer lo que quiera. Incluso, de equivocarse. Equivocarse, sí, y no por decir esto se es menos atlético o agracedido. Simeone no se ha portado bien con Torres. Es obvio que el legendario delantero está en plena decadencia, que los años no perdonan, que los datos no mienten, que las sensaciones no engañan y que el nivel de exigencia en este Atleti es descomunal, sí, pero Torres se merecía otro trato tanto en lo extradeportivo como en lo estrictamente deportivo. Y aquí es donde entra en juego Simeone. En ese sentido, creo que el técnico colchonero no ha sabido o tal vez no ha querido gestionar con justicia a Torres ni en su condición de futbolista ni en su condición de ídolo. Creo sinceramente que, en su última etapa como jugador en el club, el 9 se ha merecido más respeto, confianza, tacto y minutos, algo que Simeone ha negado al madrileño con mayor o menor sutileza mientras desperdiciaba atenciones y oportunidades con medianías como Vietto o Gameiro. ¿Por qué? Él sabrá. A mí, por ejemplo, me parece todo un insulto (tanto a Torres como a la afición) que un presunto ¿jugador? de ¿fútbol? como Ángel Correa tenga más respaldo verbal, afectivo y deportivo por el Cholo que un jugador histórico y de fama mundial como Torres. A lo mejor el problema es que es nacido en Fuenlabrada (Madrid) y no en Rosario (Argentina). No sé. Lo que sí tengo clarísimo es que lo de Simeone con Torres, como dije en aquel artículo, no se explica ni excusa con criterios como el rendimiento u otros factores objetivos. Hay algo más. Y es evidente. La pena es precisamente eso, que es evidente, porque con esa guerra fría que Simeone no se ha molestado en disimular (sus pullas, feos y ninguneos han sido más que evidentes y reiterados) quien sale perdiendo es la afición, que es lo único que siempre estuvo, está y estará por encima del club. Así las cosas, creo que la salida de Torres del Atleti está siendo tan "injusta" e ingrata como lo fue la de Casillas del Madrid, teniendo en este caso a Simeone como el Mourinho de la función. 

Yo no soy especialmente mitómano, pero reconozco que hay varias leyendas atléticas a las que admiro profundamente: Luis Aragonés, Futre, Kiko, Forlán, Godín y...Fernando Torres. Por eso, del fuenlabreño, como muchos otros aficionados, guardo para siempre varias imágenes en la memoria, momentos de esos que sólo se pueden resumir con la piel erizada. Por eso, hoy me siento muy apenado. Mi único consuelo es que quedan varios partidos para poder despedir a este grandísimo jugador y emblema del Atlético. Ojalá que la página final de Torres en el Atleti como jugador se cierre levantando un trofeo (la Europa League). Tanto él como todos los atléticos nos lo merecemos.

domingo, 8 de abril de 2018

Aprendiendo de Oblak

No es la primera vez que lo escribo. Hasta de un mal partido se pueden extraer lecciones interesantes. Incluso moralejas que trasciendan lo deportivo. El encuentro de Europa League entre Atlético y Sporting de Lisboa es un ejemplo de ello, un choque sin mucha historia en el que el Atleti se limitó a ser fiable mientras el rival portugués se disparaba en el pie. Cuando tu enemigo tiene un nivel "Coentrao", ya puedes mandar a Homero a su casa, porque la batalla no va a tener épica ni la victoria mérito. Se habría agradecido algo más de vistosidad o pasión por los rojiblancos, aunque sólo fuera por recompensar a su fiel hinchada, pero teniendo en cuenta los antecedentes y el momento de la temporada, un 2-0 apacigua lo suficiente cualquier reproche, por mucho que el rival se hubiera merecido una auténtica goleada.

Pero, como decía, el partido dejó lecciones que valen la pena. Una, la importancia de ganar; para lo cual resultaron decisivos Diego Costa (lástima que su clamoroso fallo empañara su estupendo partido) y Antoine Griezmann (que evidenció que causa aún más estragos en la mediapunta que en la delantera). Otra, la importancia de no perder lo ganado; en lo que un partido más resultó crucial ese portero de dibujos animados que es Jan Oblak, al que, por cierto, ya están tardando los prescritos en blindar. No confiarse, permanecer alerta, estar listo para hacerlo bien cuando lo inesperado te pone a prueba, dejar que tus actos hablen por ti, cuidar lo que has conseguido a base de esfuerzo y convicción, no dudar cuando la situación exige decisiones firmes y rápidas, estar en el momento y lugar adecuado cuando los demás necesitan de ti...todos estos mandamientos los cumple Oblak con un rigor casi inverosímil cada partido, incluido el del Sporting, dado que gracias al portero rojiblanco los portugueses no se marcharon con un 2-1 que habría puesto la eliminatoria mucho más incierta. No obstante, como apuntaba al principio, ese decálogo de Oblak se puede extrapolar fuera de lo futbolístico y aún de lo netamente deportivo. Esas enseñanzas que deja Oblak en su forma de ser y estar durante los partidos son estupendas para hacer bien las cosas en múltiples terrenos de la vida de una persona: sentimental, laboral, social, familiar...Y es que hay veces que estamos tan ensimismados o acostumbrados con lo que hemos conseguido que olvidamos que eso, lo logrado, requiere toda nuestra atención y dedicación si no queremos perderlo de buenas a primeras, con o sin merecimiento mediante.

Así que, no, no fue un buen partido pero al menos sirvió para que cualquier aficionado pueda recordar algo que merece la pena recordar, con independencia de la camiseta que vistas en tu corazón. ¡Aúpa Atleti!

viernes, 6 de abril de 2018

Máster en Chapuzas

No hay que desconfiar de la capacidad del ser humano para superarse a sí mismo. Ni siquiera en lo negativo. Por ejemplo: todo el mundo pensaba que no podía haber nada peor que la gestión que el Gobierno nacional y pepero hizo de la rebelión separatista catalana...hasta que sucedió la bochornosa, tibia y meliflua aplicación del artículo 155 de la Constitución Española para tratar de sofocarla. Pues bien, ahora se ha descubierto que hay algo aún más chapucero que "lo de Cataluña": el máster de Cristina Cifuentes en la Universidad Rey Juan Carlos.

Honrando la verdad, hay que recordar que los tratos de favor, los tejemanejes y los chanchullos están presentes en todos los sectores de la sociedad, incluso obviamente en el ámbito académico. De hecho, podría decir el nombre de cierta universidad en el que una conocida actriz española obtuvo su licenciatura en Periodismo sin apenas pisar el campus, a base de hacer exámenes orales en su casa (sic), hasta la cual se desplazaba el profesor o catedrático de turno. Pero esto no es excusa ni consuelo. Es simplemente algo de lo que avergonzarse mientras dure y se siga consintiendo.

Yendo al "caso Cifuentes", la chapuza es de tal magnitud que en torno a ella orbitan varios posibles delitos: falsedad en documento público (Código Penal, artículos 390-393), prevaricación (artículo 404) e incluso, poniéndonos muy estupendos, intrusismo (artículo 403). Además, la chapuza conculca directamente el pacto PP-Ciudadanos que permitió a Cifuentes ser la Presidenta de la Comunidad de Madrid (punto 3). Es decir, que este asunto no son unos "hilillos de plastilina", que diría el sonrojante necio instalado actualmente en La Moncloa. La Presidencia de la Comunidad de Madrid está merecidamente contra las cuerdas y al borde del KO. En este sentido, conviene apuntar lo siguiente: Cifuentes no fue votada ni electa como presidenta en función de su CV sino de su presunta ejemplaridad y consiguiente valía para el cargo. Por eso mismo, despúes de su escandaloso show de mentiras, sandeces y medias verdades aderezadas con una cara más dura que el adamantium, Cifuentes ha perdido cualquier ejemplaridad y, por tanto, valía para el cargo que ocupa. Del mismo modo que Bill Clinton cavó su tumba política por culpa de su vergonzosa reacción ante la felación de una becaria, Cristina Cifuentes ha cavado su tumba por culpa de su bochornosa reacción ante las dudas de cómo obtuvo presuntamente el título del Máster expedido por la Universidad Rey Juan Carlos. No es tanto una cuestión curricular como de ética y honestidad. No es el "qué" sino el "cómo". Un "cómo" que ha sido un ejercicio deprimente de cinismo ético, escapismo retórico y contorsionismo argumental que hace inverosímil cualquier alternativa a la tomadura de pelo.

En este embrollo, hay dos actores protagonistas y cuyo porvenir pinta tan prometedor como el de Messala después de que lo arrollara la cuádriga. Por un lado, tenemos a la Universidad Rey Juan Carlos, cuya falta de rigor, decoro, escrúpulos, astucia y habilidad ha dado lugar no ya a un inmerecido y presunto título de Máster sino a una panoplia de documentos sospechosos y explicaciones inverosímiles que están haciendo quedar a la entidad universitaria como Cagancho en Almagro. La URJC se ha esforzado menos en fabricar la documentación para proteger a Cristina Cifuentes que ésta en sacarse el Máster, que ya es decir. Por otro, tenemos precisamente a la susodicha Presidenta de Madrid, autoerigida como ejemplo de pulcritud y azote de la corrupción y con cuya jeta se podría construir el fuselaje de transbordadores espaciales; lo peor no es que sea una caradura sino que ha actuado como una persona profundamente arrogante, hipócrita, insensata, acrítica, cobarde y soberbia que cada vez que ha abierto la boca estas semanas ha sido para ofender a la verdad, agraviar a la gente honrada que se gana los títulos con el sudor de su frente e insultar la inteligencia de toda la población. Ha sido tan bochornoso que, por coherencia, sus recientes manifestaciones públicas deberían haber comenzado con un "nada por aquí, nada por allá...", aunque no hubiera conejo que sacar de la chistera. 

Para mí, lo más llamativo y vergonzoso no es la "documentación" que Cifuentes y la URJC han mostrado (digna de Pepe Gotera y Otilio) ni la presunta existencia del TFM de la Presidenta (que me imagino que será analizada en Cuarto Milenio) sino en dar por legítimo, común y honrado un evidente y desmesurado trato de favor nivel "Somos tus fieles mamporreros" de la citada universidad hacia la que iba de Juana de Arco de la decencia política y está en la misma hoguera que el resto de miserables. En ese sentido, la URJC está en una situación en la que, pase lo que pase, ha perdido: o se demuestra que privilegió descaradamente a Cifuentes o se demuestra que es la quintaesencia de la negligencia o, quizás, ambas cosas, si tenemos en cuenta la sorprendente vendetta interna que ha originado este escandalazo.

Volviendo a la todavía Presidenta, una persona sensata, decente, prudente y honrada se habría defendido esgrimiendo inmediatamente documentos oficiales y mostrando su trabajo de fin de Máster. Cifuentes no. Ella ha preferido parapetarse detrás de falsedades, amenazas en forma de querella, excusas, bravatas y, en última instancia, pasar el marrón a la misma Universidad que, en el mejor de los supuestos, le regaló cutremente el título del Máster por la cara. Ni valiente ni inteligente sino todo lo contrario. Cifuentes, tú sí que vales.

Así las cosas, es de esperar y desear que esta mujer desaparezca cuanto antes de la faz de la tierra, políticamente hablando. Se lo ha ganado a pulso. Y si con ella se larga su séquito de pijos chulescos y señoritingos clasistas, mejor. Y si de paso hace lo propio toda esa chusma que infecta bajo diferentes siglas parlamentos e instituciones nacionales, regionales y locales, mejor que mejor. Y si simultáneamente salen por la puerta todos esos rectores, catedráticos y profesores que han convertido ciertas universidades en el co*o de la Bernarda, pues ya fetén.

De todos modos, presumir de algo que no se tiene, anabolizar méritos y cebar con rimbombancia la trayectoria académica o profesional es algo muy común. Raro es el currículum, por ejemplo, en el que no se cuele alguna hipérbole o mentirijilla. En este sentido, conviene recordar que en cuestiones de picaresca España es una potencia mundial desde hace siglos. Por este motivo, todos deberían aprender del escarmiento a esta Gran Maestre de la Chapuza que es Cristina Cifuentes y, como mínimo, revisar su CV. Aunque sólo sea por dormir con la conciencia tranquila.

miércoles, 4 de abril de 2018

Entre lo real y lo regio

En esta era de la multipantalla, una imagen no es ya que valga más que mil palabras sino que va acompañada de más de mil palabras (ya sean tuits, posts o "guasaps"). Ayer vimos dos buenos ejemplos de ello. Uno, el golazo al estilo Óliver y Benji de Cristiano Ronaldo a la Juventus en Turín, confirmándolo como el mejor goleador de todos los tiempos y el homosexual más importante de la historia del deporte. Sin embargo, el artículo de hoy viene a cuenta del otro ejemplo: la tensión entre la Reina pretérita y la Reina presente a la salida de la catedral de Palma

Antes de mi reflexión sobre este tema, un aviso para navegantes: en mi opinión, sobre el papel, la república es la menos mala de las formas políticas de un Estado y por tanto, en el campo teórico, la más deseable de todas ellas. No hablo por hablar: he estudiado mucho sobre el tema, al menos lo suficiente como para no hablar a la ligera. Quizá precisamente por eso creo que este país no está preparado para una república, por las carencias morales, éticas e intelectuales de nuestros parlamentarios y por la visceral inmadurez política de buena parte del electorado. Máxime si tenemos en cuenta que la última experiencia republicana que conoció España, la II República, fue matada por las "izquierdas" y rematada por las "derechas". Así que la actual y constitucional forma política del Estado, la monarquía parlamentaria, me parece un apaño funcional en tanto que evita males mayores y es bastante inocua gracias a su intrascendencia en la vida política. Aclarada mi postura ante la monarquía, sigo.

Creo que en España hay demasiada gente, monárquica o no, que exige a la Corona un comportamiento alejado del común de los mortales. Esperan y demandan irrealidad a la realeza. Y así les va. Que cuando los Reyes o la Familia Real evidencian que son tan humanos como tú y como yo, la hipocresía se desencadena y corretea despendolada entre chascarrillos, cotilleos y "oy-oy-oy-oy-oy". Conviene aclarar que los Reyes y su parentela son seres humanos, no son ángeles ni elfos ni autómatas ni replicantes ni siluetas de cartón-piedra. Tienen sentimientos, tienen filias, tienen fobias, tienen intereses, tienen afinidades, tienen desencuentros, tienen virtudes, tienen defectos, tienen personalidad, tienen convicciones, tienen complejos, tienen su lado brillante, tienen su reverso tenebroso, tienen su mierda bajo la alfombra: como absolutamente cualquier persona. La Casa Real no es Cortylandia: es simplemente real. Por tanto, la única ejemplaridad que cabe y se les debe exigir a los Reyes y aledaños es que cumplan con lo regulado en el Título II de la Constitución de 1978. Más allá de eso, entramos en el terreno del "estupendismo" y el "postureo". ¿En qué biografía no hay trapos sucios? ¿En qué familia no hay rencillas ni aristas? ¿En qué reunión familiar no hay riesgo de fisión del núcleo por una reyerta verbal entre suegra y nuera/yerno o entre cuñados? Por favor, no hay que ser hipócritas ni ingenuos. A mí, mientras Felipe VI y cercanías sean ejemplares institucionalmente (y creo honestamente que lo son hasta el momento), me da igual si familiar o íntimamente tienen un sarao a medio camino entre Gran Hermano y Los juegos del hambre. En definitiva: no hay que ver sinónimos de "regio" en "irreal", "impostado", "artificioso", "antinatural", "pretencioso" o "acartonado".

Yendo al suceso en concreto en sí, las tiranteces con una suegra ocurren tan a menudo que no son noticia pero sí objeto de chascarrillos, chistes y guasas. ¿Por qué? Porque forma parte de la natural imperfección de las relaciones humanas: nadie se lleva bien con todo el mundo y nadie puede caer bien a todo el mundo. A mí si la Reina emérita y la oficial se llevan bien, mal o regular, me parece carente de cualquier interés y menos aún noticiable, pero como en esta época hiperconectada hasta la más estúpida de las chorradas se puede viralizar y los medios de comunicación han cometido el error de atender cualquier cosa "viral" (otro día debería hablar del vaciamiento y banalización del periodismo) pues no me extraña nada la polvareda que se ha montado a cuenta de la guerra fría entre la consorte del siglo XX y la del XXI. Lo de Palma sólo puede interesar o afectar a chismosos o hipócritas o a gente con una vida tan miserablemente insustancial que se dedica a analizar cualquier memez como si fuera una tesis doctoral. Pero en este país, si todos los cotillas, hipócritas y gilipuertas se juntaran en el Este, la península se hundiría en el Mediterráneo. Por eso se ha montado todo este sarao. Además, todo este sarpullido online y offline a raíz del regio rifirrafe tiene bastante de incongruente: por un lado se exige naturalidad y espontaneidad a la Casa Real y por otro se reclama un hieratismo rayano en la alexitimia. ¿En qué quedamos? ¿Peras o manzanas? El único error que se les puede reprochar a las protagonistas del vídeo viral es haber dado públicamente carnaza a tanto soplapollas y ser carne de memes. Más allá de eso, la escena no es peor ni distinta a otras que hemos conocido o vivido en nuestra anónima cotidianidad.

Antes de terminar, quiero hablar de esos ayatolás de la ejemplaridad que expiden carnets de decoro, etc. Me refiero a quienes atizan a la Reina Letizia ensalzando a la Reina Sofía. Vamos a ver, peñafieles: ¿alguno quiere decirme qué ejemplo constituye una persona que ha soportado unos cuernos como si fueran parte de la corona? ¿qué ejemplaridad tiene quien ha apoyado reiteradamente antes, durante y después del juicio a los Bonnie and Clyde que Felipe VI tiene por cuñados? Eso, figuras, no es ejemplo de nada (al menos, de nada bueno). Por otro lado, hay quien reprocha la falta de mesura en las formas de la Reina actual respecto a su suegra. Supongo que se refieren a la misma mesura que ha faltado a la hora de hostiar a Su Majestad desde el minuto uno echándole como barro a la cara su condición de plebeya, sus leyendas urbanas de su época anónima, sus retoques estéticos comparándola con Caitlyn Jenner, su personalidad, su carácter incompatible con la condición de florero...Para algunos, la mujer de Felipe VI lo hace mal tanto cuando se comporta como una hieratísima consorte como cuando se sale del guión y actúa con la naturalidad e imperfección de cualquier persona, esposa, madre, hija, nuera, cuñada o amiga. Primicia: la Reina es imperfecta. En todo caso, para ensalzar a una persona no hace falta enmerdar a otra, más que nada porque se entra en el resbaladizo terreno de pajas en ojos ajenos y vigas en los propios. Todos estos bocazas oportunistas que ahora anabolizan esta estúpida refriega no verbal entre las Reinas olvidan algo fundamental: ambas ya tienen quienes les lean la cartilla como y cuando deben. Dicho de otra manera: zapatero, a tus zapatos. ¿Soy fan de la Reina Letizia? No. Soy fan del sentido común. Allá Su Majestad y sus errores y sus aciertos. Yo con preocuparme de lo mío tengo suficiente. Ojalá todo el mundo pensara así porque sería una sociedad mucho menos tóxica y deprimente.

En fin. Que todos los problemas de España fueran que dos personas no se llevan bien. Está claro que, entre unas cosas y otras, el reinado de Felipe VI está siendo tan plácido para él como si se hubiera sentado en el Trono de Hierro.

lunes, 2 de abril de 2018

Como una vaca pastando

A veces a la vida es como una vaca pastando: carente de toda poesía y épica pero rebosante de eficacia y pragmatismo. El partido de anoche entre el Atlético y el Deportivo fue una vaca pastando. 

Fue un encuentro sin mucha historia en el que el Atleti se llevó más sustos de los esperables, sofocados afortunadamente por Oblak (hacerle un gol es tan frecuente como tener a Charlize Theron en tu agenda del móvil) y Lucas (espectacular su acción supersónica en la segunda parte, desbaratando una clarísima ocasión de gol deportivista). Más allá de eso, el Atlético tuvo sus nombres propios en Gameiro (que dejó de ser un holograma para marcar brillantemente un riguroso penalti), Thomas (que dirige al equipo infinitamente mejor que Koke) y Carlos Isaac (quien derrochó honradez canterana por la banda derecha, cuajando un buen debut). Aparte de esto, nada que destacar. O quizá sí: Correa volvió a ser "el increíble hombre-pifia"; una vez más, todo lo que hizo el voluntarioso pero atolondrado jugador argentino estuvo mal. Tiene un don. Quizá el mismo que el que rediseñó cierto escudo, por desgracia para todos los que queremos al club...

En resumen: el 1-0 fue el mejor legado de un encuentro sin sal ni picante pero que supone exactamente el mismo número de puntos que habría dejado una victoria apoteósica y orgásmica. El jueves, con la Europa League en juego, muy probablemente será otra historia. Afortunadamente. ¡Aúpa Atleti!