domingo, 23 de marzo de 2014

Un hombre para la eternidad

Fue un político íntegro. Un estadista decente. Un súbdito superior a su Rey. Una persona cuyas virtudes hicieron que el pueblo le diera el aprecio, el reconocimiento y la justicia que le negaron quienes serpenteaban en el poder. Un hombre recto convertido en mito y referente. Un nombre con sombra luminosa y gigantesca. Así fue Tomás Moro, la histórica figura que dio pie a la excelente obra Un hombre para la eternidad (drama y película). Pero se podría decir exactamente lo mismo del mayor y mejor político que ha tenido la democracia española: Adolfo Suárez.

El hombre que tuvo el papelón de consolidar la democracia cuando ésta tenía muros de papel higiénico. El hombre que tuvo el papelón de navegar el Cabo de Hornos constitucional sin más mapa ni brújula que su conciencia y lealtad. El hombre que tuvo el papelón de bailar no ya con la más fea sino con todas las feas disponibles. El hombre que tuvo el papelón de enseñar a toda España, empezando por el Jefe del Estado y acabando por el ciudadano raso, qué significa ser un líder. El hombre que tuvo el papelón de dignificar lo que otros desconocían o menospreciaban.

A mí, nacido en 1980, los grandes éxitos de Adolfo Suárez me pillaron a toro pasado, pero, quizás gracias a eso, puedo valorar con más perspectiva y objetividad el enorme mérito que tuvo lo que hizo. Un mérito tan colosal y justificado que, para mí, convierte al resto de personajes de la llamada Transición, desde el Primero hasta el último, en comparsa parasitaria de este titán político cuya altura de miras, sensatez, valía e integridad lo convierten con todo merecimiento en el mejor representante oficial que ha podido tener España en el último siglo. Unas cualidades que igualmente convierten a Suárez en un espejo en el que deberían mirarse los políticos de entonces, de ahora y de después. Un espejo que, dicho sea de paso, la gentuza que ha pisado y pisa el Congreso de los Diputados ha convertido en uno digno del mítico "callejón del Gato".

Para mí, Adolfo Suárez camina ya dentro del terreno del mito. Es un Prometeo patrio que trajo el fuego de la convivencia y la libertad a una sociedad en pañales. Un mito que, como tantos otros, ha "necesitado" que lo extraordinario quede subrayado por castigos trágicos, crueles e inmerecidos: su caída en desgracia política y el azote de la enfermedad. Castigos que afrontó con la misma firmeza con la que afrontó la Transición o el 23-F. Y eso es algo al alcance de muy pocos: en la Antigüedad se las llamaba héroes.

Por eso, en su muerte, el mejor tributo que podemos rendir es conservar siempre en la memoria a alguien a quien sus enemigos políticos y la propia vida quisieron privar de recuerdo. Alguien que fue más Rey que el Rey. Alguien que demostró que otra España era posible. Que otra España es posible. Un hombre para la eternidad. Descanse en paz.

sábado, 15 de marzo de 2014

Maquillaje Papal

Anda el mundo celebrando el primer cumpleaños del Papa Francisco, el jesuita latinoamericano que sucedió a Renunciatus VI. Doce meses en los que, gracias al ingenio y la habilidad retórica propia de los argentinos, el Papa ha disparado su popularidad ofreciendo urbi et orbe un cambio de imagen a una Iglesia muy necesitada de ello por haber estado demasiado tiempo enredada en complejas cuestiones teológicas, preocupaciones endogámicas y posturas inmovilistas o reaccionarias. Una operación estética que, para algunos, marca un viraje de rumbo, una nueva tendencia, una esperanza de renovación. Y es que son muchos los que creen que una variación en las formas provoca un cambio en el fondo. Un silogismo que resulta tan acertado como pensar que si Belén Esteban se opera de arriba abajo va a dejar de ser Belén Esteban (cosa que, por cierto, se ha demostrado falsa). Y es que ya lo dice el refrán: Aunque la mona se vista de seda...

Yo no voy a negar el mérito de la performance cosmética del Papa Francisco, quitando el maquillaje previo, eliminando impurezas y y maquillando a la Iglesia para mitigar el rechazo que sufría y sufre tanto por deméritos propios como por prejuicios ajenos. Pero, dicho esto, si alguien se preocupa por ir más allá del gesto y la palabrería desplegada por el Pontífice, descubrirá que, tanto en las grandes cuestiones como en los grandes problemas que debe afrontar la Iglesia, el Papa Francisco o no se ha mojado de verdad o, si lo ha hecho, ha sido por meterse en un decepcionante charco (como su vergonzosa e hipócrita declaración sobre la pedofilia...). Cambiarlo todo para que todo siga igual, como decían en El Gatopardo.

Así las cosas, el Papa Francisco parece haber apostado por una via superficial, buenista y populista como salvoconducto para un Pontificado agradable y sin turbulencias. O, dicho de otra forma, el jesuita argentino parece haber apostado por una postura comodona, efectista y cobarde destinada a deleitar sólo a los ya convencidos cuando lo cierto es que, si la Iglesia quiere dar un auténtico cambio, no debe dirigirse a los convencidos sino a quienes esperan de la Iglesia al más que buenas palabras y viejas respuestas, esto es, a quienes nos encantaría que la Iglesia abandone esa postura acomodada en la retaguardia y pase a liderar la vanguardia en la lucha contra las exclusiones y en defensa de quienes, por cuestión de edad, sexo, ideología, sexualidad o credo, son víctimas de la maldad humana. Hubo un tiempo, hace muchos, muchos siglos (21 para ser exactos), en el que la Iglesia fue perseguida y criticada por su valentía, por transgredir, por integrar sin miedo, por ser abierta, por atreverse a marcar la diferencia, por ir un paso más allá, por ser y no por parecer. ¿Qué ha quedado de esto? Pues, de momento,ha quedado un Papa que cae más simpático pero que cambiar, lo que se dice cambiar, no ha cambiado nada.

martes, 11 de marzo de 2014

Diez, once

Hoy no habrá fuego ni hierro ni sangre. Hoy no habrá silencio ni sirenas ni gritos. Hoy no habrá ira ni pasmo ni piel de gallina. Hoy no nos levantamos a las puertas del infierno. Hoy sólo hay recuerdo de lágrima encendida para los que nos dejaron. Hoy sólo hay recuerdo de aplauso íntimo para quienes se cayeron y levantaron. Hoy sólo hay recuerdo para los que se lo ganaron.

Por eso, hoy, diez años después del atentado del 11-M, no quiero dedicar estas palabras a los políticos que estando a un lado y a otro del poder pensaron más en los votos que en los muertos. Ni tampoco quiero dedicárselas a aquellos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que contribuyeron con su negligencia o con su malicia a servir a intereses distintos y distantes a los de la mayoría de la sociedad. Ni tampoco quiero dedicárselas a aquellos miembros del Poder Judicial que dejaron margen para la duda razonable. Ni tampoco quiero dedicárselas a aquellos medios de comunicación y periodistas que alfombraron las tesis de quienes o bien querían conservar el poder o bien querían llegar a él como fuera y que allanaron el camino a la demagogia y la mentira, olvidando que el único compromiso de un periodista es con la verdad probada. Ni tampoco quiero dedicárselas a aquellas personas que aceptaron ser rebaño o turba. No. Hoy no voy a dedicar estas palabras a quienes demostraron que España es un país que sigue pensando en bandos. No voy a dedicar estas palabras a quienes dieron motivos de sobra para pensar que España es un país que da asco.

Hoy quiero dedicar estas palabras a los que murieron. Y a quienes se los quitaron. Y a quienes se lanzaron a ayudar en medio del espanto. Y a quienes cumplieron con su trabajo salvando vidas. Y a quienes llenaron la Puerta del Sol para donar sangre. Y a quienes no se dejaron vencer ni por la rabia, ni por el miedo, ni por el engaño. Y a quienes trabajaron por buscar la verdad entre los escombros de la confusión y la mentira. Sí. Hoy quiero dedicar estas palabras a quienes no tuvieron, tienen ni tendrán que pedir perdón. Quiero dedicar estas palabras a quienes sí estuvieron a la altura. Quiero dedicar estas palabras a quienes dieron motivos de sobra para creer que España es un país del que sentirse muy orgulloso.

sábado, 8 de marzo de 2014

Para ellas

Hoy es el Día Internacional de la Mujer, una efeméride forzada para romper, aunque sólo sea una jornada, el menosprecio o escaqueo al que se someten habitual y secularmente la situación y los méritos de la mujer, tanto dentro como fuera del trabajo.

Por eso, este post va para ellas. Para las mujeres. Y lo escribo sin la demagogia ni los tópicos con los que se suele despachar este asunto. Lo escribo desde la experiencia y el afecto y, por tanto, pensando en mujeres que conozco pero para todas aquellas que se puedan sentir identificadas. 

Y es que estas palabras hoy van para quienes desde que salen hasta que regresan a la cama convierten el esfuerzo en una tarea cotidiana. Para quienes, con o sin nómina, trabajan indefinidamente en la sala de máquinas de la vida y las vidas. Para quienes no sólo te pueden dar la vida sino hacértela más fácil o más sencilla o más feliz. Para quienes defienden con hechos lo que otras sepultan en palabrería y slogans. Para quienes, con o sin empleo, siempre trabajan duro. Para quienes, siendo como son, dejan en pelotas los argumentos de los que preferirían vivir en la época de las cavernas. Para quienes escapan de las trampas y zancadillas con remitente femenino. Para quienes, pese a todo y todos, siguen en pie. Para quienes, no vistiéndose de superheroínas, son la constante firma a pie de
hazaña. Para quienes extender el tiempo y el espacio es parte de la rutina. Para quienes convierten una vivienda en un hogar. Para quienes, apareciendo detrás de los grandes hombres, siempre estarán por delante. Para quienes la retórica del "los y las" es un callejón sin salida donde dejarte violar por el ridículo. Para quienes no necesitan cuotas ni leyes para demostrar su valía. Para quienes no tiran la toalla por aquello en lo que creen y aquellos a los que quieren. Para quienes siempre están ahí porque nunca se van. Para quienes renunciar al egoísmo no implica renegar de la dignidad. Para quienes siempre te enseñan que "un paso más allá" es un buen sitio al que ir. Para quienes sostienen el mundo mientras otros se limitan a mirar o pasar de largo. Para quienes viven y hacen vivir. Para quienes siempre dan argumentos para estar en deuda con ellas.

Como decía, escribo estas líneas gracias a mujeres que he conocido o conozco tanto en el ámbito personal como en el familiar y profesional. Mujeres impresionantes y merecedoras de un cheque de afecto con muchos ceros a la derecha. También he conocido o conozco, tanto en el ámbito personal como en el familiar y profesional, a perfectas cabronas cuya mera existencia debería ser considerada un atentado contra el consumo de oxígeno. Gentuza que sólo vale para una cosa: amargar la vida. Pero esas mujeres no cuentan ni hacen mella para tener argumentos de sobra para, dentro y fuera de este blog, homenajear a todas las que, tengan o no trabajo, curran en la empresa más competitiva y exigente de todas: la felicidad

sábado, 1 de marzo de 2014

El traje nuevo de Rajoy

Se acaba una semana marcada en España por el "debate sobre el estado de la nación", esa berrea parlamentaria que, año tras año, pierde cada vez más interés gracias al incansable esfuerzo de Gobierno y Oposición por convertirlo en un espectáculo vacío, endogámico e inútil destinado sólo a saciar el ego de los líderes políticos y el ansia lubricante de sus respectivos séquitos, demostrando bien a las claras que a los partidos políticos, sus grupos parlamentarios y sus líderes la ciudadanía les importa tres coj*nes. 

Así las cosas, esa performance que ni es debate ni es diálogo ni es nada sólo sirve para una cosa: extraer argumentos con los que atizar merecidamente a tal o cual político (o a todos), como castigo por su decisivo papel a la hora de convertir este país en una puñetera vergüenza. Y es que el "infame sarao antes conocido como Debate sobre el estado de la nación" únicamente evidencia y refuerza la idea de que lo mejor que se podría hacer en el Congreso de los Diputados sería tirar de la cadena. Vamos, que los periodistas y cronistas parlamentarios allí destacados se exponen a un nivel de mierda mucho mayor que si estuvieran en Fukushima.

No obstante, cada edición reporta alguna inmundicia que destaca por encima del resto. La de este año no ha sido que el PSOE siga en caída libre o que IU siga apelando al idealismo y la demagogia como único recurso o que UPYD convierta la sensatez en oportunismo o que los nacionalistas catalanes prosigan con la gran estafa catalana o que los vascos hagan lo propio con su pantomima filoetarra. No. El premio este año se lo lleva Mariano Rajoy, líder del partido-Gobierno que:
  • Ha hecho de la cobardía una directriz, de la mentira un estilo de vida y de la estupidez una filosofía.
  • Ha traicionado a millones de votantes renunciando tanto a su programa electoral como a sus principios y señas fundamentales hasta el punto de ser irreconocible.
  • Ha ¿afrontado? la crisis económica premiando a sus culpables (los bancos), dejando sin resolver los problemas estructurales y castigando a sus víctimas (exterminando económica y fiscalmente a la clase media), con la colaboración estelar del fulano faltón, prepotente e infame que se sienta en el Ministerio de Hacienda.
  • Ha convertido al paro (especialmente juvenil) en Godzilla.
  • Ha permitido que asesinos, violadores y delincuentes de la peor clase salgan a la calle.
  • Ha purgado los medios de comunicación para arrinconar o extinguir cualquier disidencia mientras apoya a medios que confunden periodismo con propaganda.
  • Ha devastado el acceso a la cultura.
  • Ha forzado a emigar a la juventud y/o el talento.
  • Ha transformado un partido sólido y carismático en una congregación de advenedizos sin mayor valía que babear ante el líder cuando toque.
  • Y está dejando al país infinitamente peor que como se lo encontró (y mira que era difícil).
Sin embargo, no son esos méritos los que hacen a Mariano Rajoy merecedor del premio "Sinvergüenza 2014", sino, precisamente su absoluta falta de vergüenza a la hora de sacar pecho por una situación que, en el mejor de los casos, se sostiene por el esfuerzo, el sufrimiento y la paciencia de millones de personas que no se sientan en el Consejo de Ministros ni poseen escaño en el Congreso ni tienen los sueldos de los banqueros y empresarios con los que el Gobierno juega al teto. Y es que Rajoy ha hecho gala (una vez más aunque acaso la más notoria) de que tiene respecto a la realidad el mismo problema que con las canas: como no le gusta, la tiñe. ¿Cómo? Forzándola, falseándola, sesgándola, pasando de ella...cualquier cosa que le convierta en lo que él se cree: el rey del mambo.

Lo de Rajoy este año en el debate ha sido tan demencial y faltón (a la verdad, a la sociedad y a la razón) que sólo puede explicarse (que no disculparse) por el hecho de que su mente sea como la del célebre emperador del cuento de Andersen que se paseaba orgulloso en pelotas creyéndose vestido elegantemente. El problema es que lo único que este tipo ha dejado en pelotas ha sido la esperanza. Y eso no es, por desgracia, ningún cuento.