lunes, 8 de febrero de 2016

Títeres

El problema no es que unas personas sin ingenio ni buen gusto ni sensibilidad ni gracia ni habilidad ni respeto dediquen su vida a mancillar  el arte de los títeres, porque cada cual está legitimado para malgastar su existencia como le salga de los mismísimos, especialmente si tu valía ética o intelectual no da para más que para servir de mal ejemplo, de pésimo ejemplo, de hostiable ejemplo.
El problema no es debatir si la libertad de expresión es la barra libre del ordenamiento legal y cívico, porque ese debate hace tiempo que lo solucionaron el sentido común y las leyes aunque muchos no quieran darse por enterados.
El problema no es si ser un miserable o un estúpido debería ser tipificado como delito en el Código Penal, porque la estupidez y la vileza no son enmendables sino simplemente humanas.
El problema no es que la actitud de la izquierda y la progresía adjunta ante sus errores y bochornos sea exactamente la misma que la que demuestra la derecha y la mojigatería aledaña ante los suyos, porque en la política española la autocrítica se perdió justo después de que la vergüenza se marchara a por tabaco.
El problema no es que los políticos de este país crean que los problemas se solucionan con postureo y palabrería o que los hechos se borran con titulares y 140 caracteres, porque pretender que los políticos solventen los problemas que hay en España es como esperar que los nazis solucionaran el problema del antisemitismo.
El problema no es que la Alcaldía de Madrid siga siendo tan bochornosa que deberían rodar urgentemente algún "Shore" allí, porque los madrileños debemos asumir que tenemos con nuestros alcaldes un karma jodido nivel "Soy Leticia Sabater".
El problema no es que Ahora Madrid no se moleste lo más mínimo en disimular lo que es porque, en política, ingenuidad poca y, en España, menos.
El problema no es que los partidos de izquierdas y derechas hayan regresado al 36 sin pasar por la Transición, porque todos sabemos a estas alturas que unos y otros han perdido hace tiempo la guerra, sí, pero la de la legitimidad.
El problema no es que muchos medios de (contra)información y tertulianos a sueldo estén abordando la actualidad con la misma prudencia que unos solteros en un showgirls, porque tener fe en el periodismo español está dentro de la categoría de "Cosas que se puede hacer con una máscara en la cara y una fusta en la mano".

El problema es que los ciudadanos españoles hemos dejado/consentido/permitido/aguantado/soportado/tolerado que políticos y medios, siglas y titulares nos alteren el orden de prelación de preocupaciones, nos cambien la escala Richter de las prioridades, nos embriden la sensibilidad, nos dirijan las conversaciones y jueguen al trile con nuestra atención. Una vez. Y otra. Y otra. Y las que hagan falta con tal de que la ciudadanía olvide que somos quienes tenemos la sartén por el mango (aquello de "soberanía nacional" que pone en la Constitución), que somos quienes debemos exigir responsabilidades y pedir que nos rindan cuentas, que somos los que merecemos que nos vengan con soluciones y no con problemas, que somos los que debemos rechazar cualquier polémica o debate que no sea conducente a mejorar el bienestar nuestro y futuro, que somos los que de verdad sufrimos cada día la falta de vergüenza, de sentido, de justicia, de dignidad, de excelencia y de esperanza que abonan una jornada tras otra quienes hacen montañas de granos al tiempo que transforman las montañas en granos. Así nos va. Que nos liamos a hablar de unos gilipollas y sus marionetas cuando España hace tiempo que no está ni para pantomimas ni para pintamonas y todo porque sus ciudadanos hemos dejado que los políticos y los medios de comunicación nos conviertan en sus títeres.

viernes, 5 de febrero de 2016

Maldito Heisenberg

Aquella mañana de sábado, cuando apenas quedaban unos minutos para las ocho y media, Carmelo Lasaga descubrió que Heineken y Heisenberg no se llevaban bien. Heineken, la cerveza holandesa. Heisenberg, el físico alemán. Fue justo el día después de averiguar que el gato de Schrödinger no era un gato de ficción, como pudiera serlo el de Chesire, ni tampoco era la mascota del tal Schrödinger, sino todo lo contrario. Así, tirado en el sofá, hundiendo su humanidad en los cojines moteados de extintos y distintos líquidos, con algunas gotas de cerveza aún cayendo desde su barba desaliñada hasta la chaqueta del chándal que embutía sus cien kilos de grasa, hueso y algo de carne, los únicos signos de vida que ofrecía Carmelo Lasaga se reducían al parpadeo que interrumpía una mirada perdida en la nada. Mientras, su barriga sostenía el libro de física recién terminado de leer y su mano diestra hacía lo propio con una lata de cerveza mutada en cetro de un reino de ebriedad que cuatro horas y nueve latas antes había comenzado como república sobria. Podría decirse que estaba en trance o absorto en sus pensamientos o en modo stand by o de viaje astral hacia el infinito y más allá o al borde del coma etílico. Cualquiera de esas posibilidades era verosímil a juzgar por el aspecto de cetáceo varado en playa que ofrecía Carmelo. Lo cierto es que su mente estaba al borde del colapso, con las ideas comportándose como groupies histéricas y la sinapsis próxima a tomarse unas vacaciones indefinidas. Así, mientras un hilillo de baba hacía rafting carrillo abajo, la mente de Carmelo andaba enredada en distinguir la diferencia entre el ser, el estar y el existir, en sobrevivir a una espiral nihilista de origen cuántico y escala cósmica y en intentar autoconvencerse de que era tan real como cuando emergió como el octavo pasajero de su difunta madre hacía cuarenta y seis años y una cesárea, de que Heisenberg y cía eran gente que necesitaban haber "follado más y pensado menos" (sic). Lo cierto es que una reacción así no era extraña en él, porque desde bien niño Carmelo había sido propenso a los dilemas y las calenturas intelectuales. Tanto que la psicóloga del colegio hizo años extra con él. Tanto que sus padres se plantearon seriamente si estaban ante un caso de niño superdotado o de desastre en ciernes. Tanto que su primera novia lo dejó a la media hora, cinco minutos y seis segundos de relación. Tanto que en la universidad aún había catedráticos de filosofía que pronunciaban su nombre entre susurros. Tanto que su único gato empleó seis vidas en irse a por tabaco y no volver. Tanto que tenía decenas de cuadernillos de notas repletos de reflexiones garabateadas que harían palidecer a Fernando Arrabal. Tanto que había optado por el enclaustramiento físico, social y emocional como forma de crear un sistema de certezas manejable aunque eso le hubiera acarreado una estela de cuchicheos. Hubo quien achacó todo ello a una curiosidad y afán de conocimiento que dejaba en cueros la proverbial inquietud intelectual renacentista...y quien lo explicó con un prosaico: "es tonto a conciencia". Para que tú, sí, tú, que estás leyendo esto, te hagas una idea de lo que hablo, en el largo historial de dilemas que había atravesado Carmelo Lasaga durante su vida estaban algunso como ¿Colacao o Nesquik?, ¿Cocacola o Pepsi?, ¿Héroes del Silencio u Hombres G?, ¿Sony o Nintendo?, ¿Sabina o Aute?, ¿Liga o Champions?, ¿Nike o Adidas?, ¿Beatles o Rolling?, ¿Con vello o sin vello?, ¿Star Wars o El Señor de los Anillos?, ¿Shakespeare o Cervantes?, ¿Sobremesa o portátil?, ¿Playa o montaña?, ¿Atom o Lenders?, ¿Solo o con hielo?, ¿Tyrion o Daenerys?, ¿Versión original o doblada?, ¿Gratis o pagando?, ¿En color o en blanco y negro?, ¿Rocky o Rambo?, ¿Antena Tres o Telecinco?, ¿Jordan o Lebron?, ¿Con la luz encendida o a oscuras?, ¿Javier Sardá o Andreu Buenafuente?, ¿Naturales o siliconadas?, ¿Nicholson o Ledger?, ¿Monkey Island o Maniac Mansion?, ¿Al aire libre o en cinta?, ¿Ascensor o escaleras?, ¿Follamigos o pareja?, ¿Haneke o Von Trier?, ¿Casillas o Mourinho?, ¿Cuchilla o maquinilla?, ¿Windows o Linux?, ¿Explorer o Firefox?, ¿Ronaldo o Messi?, ¿Whisky o gin?, ¿Apple o Samsung? Y como éstas, decenas más. Claro que, como su curiosidad era insaciable, Carmelo gustaba de distraer esos difíciles dilemas intentando resolver por sí solo cuestiones en las que cualquier mortal repara en su vida cotidiana como ¿Por qué son tan equívocos los anuncios que simplemente rezan "Alquilo"?, ¿Qué había en el universo antes de que hubiera algo?, ¿De dónde sale la voz femenina del tapicero?, ¿Quién y en qué momento llena los parabrisas de los coches aparcados de flyers de prostitutas orientales?,¿"Antes" se refiere al tiempo o al espacio?, ¿Por qué la jerga de actividades sexuales está llena de eufemismos metafóricos?, ¿De dónde saca Mediaset a los concursantes de sus realities?, ¿Por qué motivo siempre hay un refrán que valide justo lo contrario que propugna otro?, ¿La vida es lo que pasa mientras Antena 3 emite anuncios?, ¿La pervivencia de Kiko Rivera y Leticia Sabater es argumento suficiente para cuestionar el evolucionismo darwiniano?, ¿Por qué mucha gente utiliza la primera persona del plural para hablar de sus equipos deportivos favoritos?, ¿Existen seres inteligentes en el universo fuera del planeta tierra?, ¿Quién escribe a esos chats que surgen en la madrugada en algunos canales de televisión?, ¿Sueñan los votantes del PP con ovejas eléctricas?, ¿Cuánto material genético podría encontrarse en el teclado de un ordenador?, ¿Por qué produce placer una taza de retrete caliente?, ¿Cuál es la razón por la que ya no se hacen películas ni series "de negros"?, ¿Sería bueno ser inmortal si el resto del mundo no lo fuera?...y en este plan.

Así estaba Carmelo Lasaga aquella mañana de sábado, dudando de si existía la propia existencia, de si todo dependía de ser contemplado para poder ser real, de si la mera observación de algo ya altera la realidad, de si no había certeza absoluta posible, de si quizás una lata de cerveza más solucionaría definitivamente el embrollo...cuando desapareció. Pero no en el sentido de irse ni morirse sino en el de desintegrarse como si jamás hubiera existido, dejando que la lata que sostenía hacía unos segundos en su mano entonara un réquiem breve, ruidoso y desagradable contra el parquet. Y todo porque Dios había dejado de mirar a Carmelo Lasaga en ese preciso instante.