lunes, 10 de noviembre de 2014

El día después (del ridículo)

Hoy es 10 de noviembre. Los cuatro jinetes del Apocalipsis no corretean sobre la Tierra. Buena señal. Mariano Rajoy y Artur Mas sí corretean sobre la Tierra. Mala señal. Hoy es 10 de noviembre. El día después de que en Cataluña, con su presidente a la cabeza, se llevara a cabo una performance a medio camino entre el esperpento teatral y los referéndums franquistas. El día después de que el Gobierno de España, con su presidente a la cabeza, decidiera olvidarse del artículo 155 de la Constitución y de qué significa que un país se defina y defienda como "Estado de Derecho". El día después de que dos políticos lamentables quisieran llevar el concepto "ridículo" a una nueva dimensión. El día después de que Artur Mas decidiera ponerse el mundo por barretina y pasarse por el arco triunfal la Constitución mientras lleva a toda una región a un callejón de difícil salida. El día después de que Mariano Rajoy decidiera plegarse sobre sí mismo hasta crear una paradoja en el espacio-tiempo que haga dudar de su propia existencia. El día después de constatar que el sentido común se ha extinguido en España. El día después de descubrir que este país tiene poco de democracia pero mucho de carrera de pollos sin cabeza. El día después de que España tenga su dignidad, fiabilidad y seriedad como país al nivel "coño de la Bernarda".

Y la culpa de todo ello no es achacable tanto a la proverbial (e injustificada) sensación de incomodidad que lleva a Cataluña a ser políticamente algo así como la mosca cojonera mediterránea por excelencia (de la que ya hablé en otro artículo), como a la lamentable y demencial actitud de Rajoy y Mas. Uno, Rajoy, encarnando la quintaesencia del inmovilismo y otro, Mas, representando el no-va-ídem de la irresponsabilidad. Uno, Rajoy, cobarde, perezoso y cretino. Otro, Mas, kamikaze, frenético y astuto. Ambos, incapaces de llegar a ningún entendimiento. Ambos, enajenados. Ambos, huyendo hacia delante. Ambos, traicioneros. Ambos, un insulto para la inteligencia. Ambos, cadáveres políticos. Ambos, peligrosos para cualquier democracia. Ambos, impresentables. Ambos, pura miseria.

Evidentemente, nada de esto habría pasado si Rodríguez Zapatero (esa ameba), hubiera tenido la boca cerrada y la prudencia abierta cuando en 2003 perpetró la ocurrencia de prometer apoyar el Estatuto que aprobara el parlamento catalán. Tampoco habría ocurrido nada de esto si Mas se hubiera comportado como un político sensato, una persona responsable y un cargo público leal
a la misma legalidad que le ampara y no como la cheerleader número uno del "soberanismo" que se pasa por el forro la Constitución, los fundamentos democráticos y la misma realidad. Y, evidentemente, nada de esto habría pasado si Rajoy se hubiera comportado como un político decente, una persona valiente y un Presidente del Gobierno comprometido con la defensa del Estado de Derecho y no como un manso en plaza cuyo único talento constatado es el de encadenar errores, mentiras, traiciones y atropellos. Rajoy y no Mas es quien preside el Gobierno de España. Rajoy y no Mas es quien debe ser el primer interesado en aplicar y hacer aplicar la Constitución. Rajoy y no Mas es quien debe ser el principal protector de la democracia ante cualquier ataque o burla. Rajoy y no Mas es a quien millones de españoles confiaron una mayoría absoluta para que gobernara desde la firmeza, el coraje y la honradez. Por eso, Rajoy y no Mas es quien ha perdido más con todo esto por su inexplicable dejación de funciones, su imperturbable tibieza y su eterna y despreciativa sordera y ceguera ante las reclamaciones y necesidades no ya de quienes le votaron sino de la mayoría de la sociedad española. Si el Presidente del Gobierno no sabe o no quiere gobernar, no está ni capacitado ni legitimado para estar en su cargo ni un segundo más, por mucho que su mediocre corte de babosos y palmeros le canten al oído aquello de "Todo es fabuloso". Claro que, para renunciar a algo tan seductor como el poder se requiere valentía, cualidad que, junto a la belleza, la coherencia y la decencia, debió quedarse en el colador genético de Rajoy al ser concebido. Pocas veces un cobarde dio tanta pena y tanto asco a la vez.

Así las cosas, Rajoy ya puede añadir el 9-N a su lista de grandes éxitos, junto a la aniquilación económica de la clase media, la devaluación del mercado laboral, el exterminio de la deontología periodística, la tibieza ante la corrupción, la creación de Podemos o las comparecencias por plasma, entre otros muchos hits. Lleva un carrerón que ni Fernando VII.

Por lo demás, sólo cabe esperar que todo pase lo antes posible y que lleguen tiempos mejores, cosa que, sin duda, así será porque, honestamente, peores que éste, pocos.

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