domingo, 14 de septiembre de 2014

"Boyhood": el arte de crecer

Podría hablar en este artículo de cómo el arte no hace otra cosa más que hablarnos de la vida. Podría hablar en este artículo de cómo una obra de arte (una novela, un poema, una canción, un cuadro, una escultura, una película...) es capaz de marcar una vida o de asociarse íntimamente a un momento que no se olvidará jamás. Podría hablar en este artículo de cómo una película es capaz de dejarte sin palabras y llenarte de sensaciones y pensamientos. Podría hablar en este artículo de cómo buscando lo extraordinario ninguneamos lo esencial. Podría hablar en este artículo de cómo nos pasamos nuestra existencia fijando objetivos, metas y planes y embarullándonos en problemas artificiales mientras nos olvidamos de vivir o, mejor dicho, de aprender a vivir. Podría hablar de todo eso a propósito de "Boyhood" y no me faltaría razón...pero quizás me quedara corto.  Así que mejor empiezo de nuevo: "Boyhood" es una película intimista, cómplice, inteligente, emotiva y, por encima de todo, especial. Especial por haberse rodado durante doce años dejando que ese mismo plazo de tiempo sea el que transcurra en la ficción. Especial porque renuncia a cualquier artificio y grandilocuencia para apostar por la naturalidad y la honestidad. Especial porque demuestra cómo se puede contar magistralmente una historia usando inteligente y sutilmente el tempo y las elipsis narrativas. Especial porque su reparto regala unas interpretaciones tan llenas de verdad, de realismo, de piel, que por momentos más parece un documental que una película al uso. Especial porque al mismo tiempo que te reconecta con lo que fuiste te recuerda lo que deberías ser. Especial porque consigue que el espectador empatice y se encarne en ese poliédrico núcleo de personajes que conforma la familia Evans. Especial porque, de la mano de Mason Jr, hace que vuelvas atrás en el tiempo, al momento en que empiezas a descubrir la vida. Especial porque nos ofrece una historia en la que sin pasar nada, pasa de todo. Especial porque nos hace redescubrir todo lo extraordinario que hay en lo mundano. Especial porque retrata con mucha inteligencia y sensibilidad el decisivo tránsito desde la niñez hacia la vida adulta. Especial porque se atreve a asomarse a la historia más difícil e inabarcable de todas, al reto más apasionante y complejo, a la aventura definitiva: a la vida.

Así las cosas, sólo cabe quitarse el sombrero ante la monumental película que Richard Linklater como director y guionista y Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke y Lorelei Linklater como actores principales han regalado al cine. Una película en la que las partes están continuamente hablando del todo y en la que descubrimos lo grande a través de lo pequeño y lo universal a través de lo cotidiano. Quizás los premios se olviden de ella, pero eso no ocurrirá con ningún espectador que quiera dedicar casi tres horas de su vida a recordar en qué consiste esto de vivir. Porque, dejando al margen el hecho de que retrata sin estridencias los ritos iniciáticos "made in América" (la acampada, las armas de fuego, la fiesta de graduación...), uno de los muchos méritos de "Boyhood" es lograr que el espectador de cualquier parte del mundo descubra o recuerde (tal vez para siempre) que vivir no consiste en resistirse ni en evitar los cambios sino en liderarlos; que vivir consiste en contar con lo inesperado; que vivir no consiste en planificar sino en saber reaccionar; que vivir no consiste en cerrar los ojos sino en mantener la mirada; que vivir no consiste sólo en "estar" sino también en "ser"; que vivir consiste tanto en saber disfrutar como en saber sufrir; que vivir consiste no tanto en dejarse llevar como en dejarse enseñar; que vivir consiste en aceptar la imperfección de la que formarmos parte; que vivir consiste en saborear cada segundo de felicidad como si no existieran ni el pasado ni el futuro; que vivir no consiste en huir de la desgracia sino en afrontarla como un peaje del continuo aprendizaje que es la vida; que vivir consiste en saber dejar atrás; que vivir consiste en mirar hacia delante sin olvidar lo aprendido; que vivir no consiste en memorizar un guión sino en improvisar; que vivir consiste en dejar que sea el momento el que te atrape y no al revés; que vivir consiste en encontrarnos; que vivir, en definitiva, es el arte más difícil de todos.

Por todo ello, "Boyhood" no es sólo una película que hay que ver. También hay que agradecerla, quererla, sentirla y recordarla. Siempre.  

2 comentarios:

David Cotos dijo...

El mejor filme del 2014.

Anónimo dijo...

Apasionante valoración de la película. A mí me ha gustado. Sin más. Quizá esperaba algo más todavía respecto a lo mucho que se ha hablado de este "experimento" cinematográfico. Quizá porque es una película sobre la vida misma ("Momentos de una vida" es su subtitulo español). Quizá porque tengo muy buenos sabores de la trilogia "Antes de...." (de la que bebe en forma y estilo en ocasiones, por su retrato de la vida cotidiana). Quizás.... Quizás es una película que a mí particularmente me gustara más con una segunda visión, más calmada, más lejana en el tiempo.