domingo, 10 de diciembre de 2017

Jeta de oro

Pocas cosas han hecho más por el vacío diagnosticado por Gilles Lipovetsky que Internet. La mejor muestra de ello es la cantidad de nuevas ¿"profesiones"? que han surgido al calor de lo digital. Y no, no estoy hablando precisamente de esos indiscutibles portentos y cerebrines que forran los pensamientos de geeks de todo el mundo. Estoy hablando de dos de las ocupaciones más esperpénticas de nuestro tiempo: los "youtubers" y los "influencers". Unos se ganan la vida siendo su propio muñeco de guiñol en el teatrillo de Youtube, otros se ganan la vida haciendo del postureo en redes sociales un monolito al narcisismo más lucrativo, pero, todos suponen una misma cosa: un síntoma claro de la fascinación por la intrascendencia y de la deserción de la inteligencia en esta sociedad. 

Antes de seguir, quiero hacer un parón aclaratorio: obviamente mi crítica no va dirigida contra esas personas que se asoman casi con ingenuidad a la pantalla para contarte o mostrarte cosas interesantes o que merezcan mínimamente la pena, gente que utilizan la web 2.0 como una herramienta al servicio de un fin y no como un fin en sí mismo, como un medio para un mensaje que no ofende ni a la inteligencia ni al buen gusto ni al sentido común. No, mi crítica va contra esa caterva de mindundis aupados a la fama por unas legiones de anormales, contra esos demenciados divos del vacío que viven por y para los likes y retweets, contra esa morralla digital a la que no se le conoce más mérito que el de ser una versión neotecnológica del flautista de Hamelín cuya repercusión cuantitativa online es inversamente proporcional a su valía intelectual y a sus logros personales y/o profesionales previos a convertir la tomadura de pelo en la gallina de los huevos de oro.  ¿Por qué estoy tan encendido con esto? Porque, recientemente, he visto en televisión un estupendo y deprimente reportaje sobre estos "profesionales de lo suyo" que es para echar la pota.

Antaño, hasta hace no mucho, la secuencia lógica era la siguiente: primero, el mérito, logro o hito; luego, el reconocimiento y prestigio; y, por último y con suerte, la repercusión o influencia en la sociedad. Hogaño no, ahora se pasa directamente a la influencia sin más credenciales que unas estadísticas que corroboran la sustitución de lo cualitativo por lo cuantitativo como eje sobre el que pivota la trascendencia en esta sociedad hiperconectada, banalizada y banalizante. ¿Alguien me puede decir qué habían hecho en la vida "El Rubius" o "Dulceida" antes de ser epítomes de la soplapollez digital? ¿En qué cabeza cabe que estos ineptos se lleven pastizales y gocen de semejante repercusión cuando hay gente indiscutible y absolutamente brillante en lo académico y/o profesional pasándolas putas en el desempleo o trabajando en precario o buscándose la vida fuera de España? ¿Qué clase de sociedad encumbra a esta clase de cretinos y sepulta en la desconsideración o ignorancia a verdaderos hitos en el campo de la ciencia o la cultura? ¿Dónde narices está el mérito de la evisceración de la intimidad o en la conversión de la existencia en un product placement continuo? ¿Quién se deja influir por estos memos? Da asco, pena y risa, todo a la vez.

Está claro que, en lo profesional o lucrativo, el ser humano es como el cerdo: cualquier parte de él sirve. Puedes vivir de tu cerebro o de tu cuerpo, ya sea considerado en su conjunto o alguna parte en concreto. Del mismo modo que quienes trabajan en la prostitución o en la industria pornográfica viven de su entrepierna, los youtubers e influencers a los que me refiero viven de su jeta. Pero no en sentido literal, puesto que esto no tiene nada que ver con fotogenia ni telegenia de ninguna clase, sino en sentido figurado. Esta gente, estos caraduras 2.0, tienen una jeta con la que se podría construir la chapa de naves espaciales o forrar cimientos de rascacielos. Del mismo modo, está claro que esto no estaría ocurriendo de no haber caído la sociedad en el lamentable pozo del postureo, del exhibicionismo despendolado con la tecnología como coartada, del totalitarismo de la forma sobre el fondo, del fast food intelectual, del gregarismo digital. Pero eso es otra historia u otro artículo, mejor dicho.

De todos modos, lo peor de todo no es que esta gente exista (faltaría más, cada uno hace con su vida lo que le dejan). No, lo absolutamente patético y enfermizo es que exista gente dispuesta a bañar en oro la jeta de estos parásitos de la estupidez humana que se encuentran entre los indudables y escasos efectos nocivos de la digitalización de la sociedad...y que semejante "inversión" les salga rentable.

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