viernes, 27 de octubre de 2017

La broma sin gracia

"Partiendo de la nada, hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria". Esta frase del genial Groucho Marx serviría estupendamente como biografía y epitafio del nacionalismo catalán. Ese que hoy, al calor de la chusma y los tuits, ha decidido marcarse un Ikea al estilo Companys, dinamitando toda esencia democrática y metiendo a toda la sociedad catalana en un DeLorean rumbo a cualquier parte menos al futuro, consumando así el final tipo Thelma y Louise de la Cataluña democrática.

Aquella región española se ha transformado por capricho y matonismo de una minoría en una república bananera con vistas al Mediterráneo, síntesis perfecta entre la rígida enajenación de Corea del Norte y la estrafalaria praxis de Venezuela. El Estado de las Autonomías produce monstruos. Y para muestra, este Godzilla. Pero ahora no es momento de una caza de brujas retroactiva, porque tendríamos que remontarnos demasiados años y nombres atrás. No, ahora lo que toca es preocuparse de esa banda que ha partido Cataluña por la mitad, convirtiendo aquella autonomía en una doncella de hierro que tiene aprisionada en su interior a más de la mitad de los catalanes.

El nazionalismo catalán hoy vive su jornada más brillante en la noche más oscura de la democracia en España (y eso que el 23-F no fue una fiesta del pijama). Y lo ha hecho quemando tras de sí todas las naves y volando todos los puentes y dejando a la sociedad civil de Cataluña como la despensa de Caradecuero. Les ha costado años, pero lo han logrado. Situarse fuera de la realidad es algo tan difícil que parece ciencia-ficción...hasta que llega un chalado que, abrigado en su demencia, lo logra. Por eso entiendo hasta cierto punto esa rave callejera que tienen montada los separatistas, la cual me recuerda bastante al clímax de Gremlins 2, con los susodichos monstruos pegándose un fiestón bajo el agua esparcida por un sistema antiincendios. El problema es que la realidad es un terco tren que, antes o después, acabará pasando por encima de esta gente, dejando un reguero de caras de gilipollas.

He de reconocer que estas semanas, atendiendo a lo que pasaba en Cataluña (que por desgracia parece que fuera lo único malo que ocurre en España), no sabía si estaba ante uno de los estupendos vodeviles en blanco y negro de los Hermanos Marx, una comedia de Miguel Mihura, una película de Luis García Berlanga, una farsa de Els joglars o un episodio de Rick y Morty. A este punto ha llegado la cosa. De todos modos, el triunfo fútil, inútil, provisional y fugaz del totalitarismo catalanista sería impensable sin la ¿involuntaria? colaboración del Gobierno Rajoy. Si el auge del nazismo fue inconcebible sin el inepto de Von Hindenburg, el del separatismo catalán es impensable sin el inepto de Mariano Rajoy, cuya contribución a la democracia española sólo es comparable a la de su paisano Franco. El nacionalismo catalán lleva más de una década cebando impune y alegremente la lisergia que hoy propulsa las "esteladas", como una Sherezade postponiendo su muerte a base de mentiras y cuentos gracias a las mil y una noches de condescendencia del Gobierno estatal ante tanta falacia, patraña y tomadura de pelo. Por eso creo que el Gobierno, el Govern y los partidos a los que representan deben ser laminados política, electoral, judicial e históricamente a la espera de que la posteridad los retrate como lo que son: gentuza que ha sumido a España en una de sus travesías más inciertas y bochornosas.

Así las cosas, sólo espero que el Gobierno de España esté a la altura de las circunstancias y convierta el 155 de la Constitución Española en un tsunami que arrase desde la legalidad con todos los enemigos de la democracia allá donde se escondan en Cataluña. Soy un ingenuo, lo sé, y lo soy porque sólo el Rey ha estado a la altura de la situación y del pueblo español. Por eso, lo único que tengo claro es lo que decía el fantástico personaje de "El comediante" en Watchmen: "Dije que la vida era una broma; no que la broma tuviera gracia". Y desde luego que esta broma de los separatistas catalanes no tiene gracia. Ojalá paguen por ello. 

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