Estas son las palabras que siempre te has merecido y nunca habría querido escribirte, pero creo que es el mejor regalo que te puedo dar de todos los que ya no podré ofrecerte.
Estoy seguro de que, como siempre, no te hará falta comprender el castellano para entenderme a la perfección. Espero que, una vez más, sepas qué te quiero decir, porque pocas veces diré palabras como éstas en toda mi vida.
¿Sabes? Es curioso: en muy poco lapso de tiempo pasé de enseñarte cosas a aprenderlas de ti. Es sorprendente haber aprendido tanto y durante tanto tiempo de alguien que jamás escribió ni dijo ni leyó una sola palabra. Sin embargo, gracias a ti, a ti y sólo a ti, he aprendido hasta dónde llega el significado de términos que nosotros, los humanos, nos empeñamos en empañar, ningunear o mancillar. Hablo de palabras como "lealtad", "entrega", "bondad", "nobleza", "altruismo", "cariño", "valentía", "alegría", "empatía", "amor"...y tantas otras que tú has escrito, día tras día, en nuestro pequeño e íntimo diario común. Es asombroso que todo esto lo haya aprendido de ti mejor que de ninguna otra persona, tal vez es que tú, Sancho, tenías más humanidad de la que mucha gente llegará a tener o conocer a lo largo de su vida. Tú has conseguido convencerme de que un simple animal puede ser mejor humano que muchas personas que a tu lado quedan reveladas como bestias. Supongo que el secreto de esto que nos has regalado durante todos estos años te lo quedas para ti. Creo que es justo. Me gusta tener la idea de que al final te has dejado algo para ti, después de volcarte con nosotros desde el primer al último minuto de aparecer en nuestras vidas.
Ahora que de ti no resta más que un vacío, dos fechas y un millón de recuerdos, me vienen a la cabeza todos los momentos que hemos compartido juntos: las mañanas en que te acercabas a mi cama para despertarme con tu simpático olisqueo o tus tiernos lametones, la eterna expresión sonriente de tu cara al vernos entrar en casa, las veces en que te acurrucabas a nuestro lado cuando nos veías decaídos o enfermos, la forma de devorar la alegría correteando en el césped cuando te sacábamos, las ocasiones en las que escondías tu cabeza en nuestros brazos cuando tenías miedo, los momentos de antaño en los que te escondías reptando debajo de camas, sillas y sofás como si fueras un marine en pleno entrenamiento,la compasión que implorabas a la perfección con un arqueo de cejas cuando habías hecho alguna trastada, el júbilo que sentías al vernos a todos juntos, el coraje colosal que mostrabas cuando las circunstancias lo requerían, tu curiosa forma de comer con nosotros, la verdad incontestable de que jamás quisiste aprender a hacer pis en el papel de periódico, las curiosas conversaciones que teníamos haciendo de las palabras, los gestos y los ladridos toda una tierna y divertida gramática, el pundonor que escogiste como emblema para el cócker con el lucero más bonito del mundo...y todos los demás recuerdos que callo pero no olvidaré mientras viva.
No, Sancho, no estoy intentando llenar tu ausencia con palabras. Estoy tratando de hacer justicia a un ser que sin levantar apenas dos palmos del suelo, creció como un coloso en el corazón de todos los que hoy te lloramos, siempre te quisimos y nunca te olvidaremos.
Si pudiera resumir todo lo que siento ahora mismo en una sola palabra, sería "Gracias". Gracias por todo lo que nos regalaste y enseñaste desde que entraste en nuestras vidas hasta que saliste de la tuya. Gracias, gracias, gracias, gracias...de verdad. Es precioso saber que habrá pocas, muy pocas personas a las que echaré de menos tanto como te echo a ti. Es fantástico ser consciente de que, gracias a ti, terco y peludo maestro, he aprendido a ser mejor persona y a querer serlo aún más.