Finalmente, parece que eso llamado "la comunidad internacional" va a hacer algo respecto al tema de Libia. Prisa, lo que se dice prisa, no se han dado, especialmente a la hora de ponerse de acuerdo, así que lo de comunidad les viene que ni pintado, porque parecen una comunidad de vecinos, eufemismo amable para hablar de la ONU, esa institución en la que se debaten sesudamente los asuntos más importantes y cruciales de todo el orbe como son el sexo de los ángeles, la disyuntiva sobre el huevo y la gallina, si Falete y Espinete pertenecen al mismo género, el final de "Perdidos", por qué Perea juega en Primera División, el talento de Álex Ubago, ahorrador o no ahorrador, cueces o enriqueces. Y una vez solventados esos puntos, pasan a las menudencias, como el homenaje libio a las Fallas de estas últimas semanas. Todo eso a la misma velocidad que una tortuga se da cuenta de que tiene artrosis crónica, por supuesto.
No voy a entrar ahora a comentar el tema de las revoluciones en el mundo árabe, porque ya lo hice en otro artículo, ni tampoco glosaré la proverbial lentitud, inoperancia e ineficacia de instituciones como ONU, OTAN, UE y demás torres de Babel de opereta. Tampoco voy a dedicar el artículo a valorar la conveniencia o no de permitir que un terrorista extravagante y paranoico que se viste como si tuviera excedente de cortinas y manteles permanezca en el poder de un país como Libia, porque creo que se comenta solo. Y sobre la polémica de si la comunidad internacional debe inmiscuirse en asuntos internos de países, pienso que sólo "procede", por utilizar la jerga pertinente, cuando se cumpla una regla muy sencilla: Si la mortalidad se dispara súbitamente en un país, éste necesita ayuda, sea del tipo que sea.
Lo que me lleva a escribir este artículo es criticar no sólo el fango burocrático y políticamente correcto (sinónimo de "gilipollesco") que anega las relaciones internacionales desde hace ya lustros sino la hipocresía de los países que un día hacen la vista gorda, otro se la cogen con papel de fumar, otro hacen una declaración rimbombante y circunspecta con bandera ondeante detrás, y quizás en algún momento reaccionen, siempre y cuando se lo permitan sus intereses "discretos", esos que son notorios pero no públicos, tan conocidos como obviados por todos los convidados de los saraos internacionales y que, en el fondo, son las verdaderas razones de muchos de los disparates diplomáticos que hemos visto en los últimos años. Intereses que, como es tristemente lógico pensar, están relacionados con el dinero. El posicionamiento por filias políticas o ideológicas, es cosa ya de cuatro trasnochados. Ahora lo que se lleva son pactos tácitos y mefistofélicos que aporten beneficios económicos y lo mismo da Juana que su hermana si las arcas públicas o las cuentas privadas lucen obesas.
Motivos siniestros, en todos los sentidos, que muy pocas veces son difundidos informativamente, salvo afortunadas excepciones como la del pasado fin de semana, cuando tuve la suerte de leer un muy revelador reportaje publicado en un semanario y cuya lectura recomiendo: "El dinero congelado de los cleptócratas".
No hay coherencia en la comunidad internacional porque, sencillamente, no hay decencia. Y sin decencia ni coherencia, la Humanidad está un poco más cerca de ahogarse en sus propios vómitos.
En definitiva, el mundo avanza a lomos de una tortuga hipócrita quizás hacia el desastre, quizás hacia la nada. Lo que es seguro, parafraseando al genial Shakespeare, es que algo huele a podrido...y no sólo en Dinamarca.