lunes, 30 de noviembre de 2015

"The Newsroom": ¡Es el guión, estúpido!

Una buena serie, como cualquier obra de ficción, necesita unos buenos personajes (buenos = definidos, carismáticos), unas buenas tramas (buenas = interesantes y bien desarrolladas) y una buena forma de contar y decir (buena = con personalidad y eficaz).
Una buena serie de televisión, como cualquier producto de ficción audiovisual, necesita un buen casting (bueno = interpretativamente solvente y creíble), una buena producción (buena = no cutre ni pretenciosa), un buen timing (el equivalente en televisión al tempo narrativo, un no-sé-qué que ya sea a través de las historias, los personajes, la estética o los actores consiga conectar/enganchar a una audiencia considerable, y, por encima de todo, necesita un buen guión.

Por eso, entre otras cosas, "The Newsroom" es una muy, muy buena serie. Por eso, no es casual que se emitiera en una cadena como HBO, madre de seriones como The Wire, Los Soprano o Juego de Tronos. Por eso, no es casual que su actor protagonista, Jeff Daniels, además de recibir nominaciones y premios por su interpretación, haya regalado al acerbo televisivo a uno de los personajes más carismáticos de la televisión con su magistral encarnación del periodista Will McAvoy. Por eso, no es casual que su creador, productor y guionista sea Aaron Sorkin, responsable de la también exitosa El Ala Oeste y problabemente uno de los mejores de su gremio y el más brillante(ex aequo con Tarantino) escritor de diálogos vivo, como ha demostrado tanto en cine como en televisión, del que esta serie es su penúltimo y sobresaliente ejemplo.

Pero...¿qué es/era "The Newsroom"? Es un dramedia (mezcla de drama y comedia) que sumerge al espectador en los avatares personales y profesionales del staff de un telediario nocturno que decide olvidarse del circo de la audiencia para centrarse en su responsabilidad de cara a la sociedad. Así, por sus tres únicas temporadas, junto a sucesos más o menos inventados, desfilan otros por todos conocidos: el desastre de la plataforma petrolífera de BP en el Golfo de México, la polémica ley inmigratoria de Arizona, la revuelta en Egipto contra el (ex)presidente Mubarak, el desastre nuclear de Fukushima, la muerte de Bin Laden, la crisis del techo de deuda, la reelección de Obama como presidente, los atentados de Boston…Hechos que escena a escena nos permiten descubrir la personalidad y la profesionalidad del mordaz y carismático presentador-editor Will McAvoy y de todo su joven equipo a la hora de lidiar con los desafíos puramente periodísticos pero también con los éticos (o deontológicos si se prefiere) ya que esta serie también cuenta los retos que suponen las influencias, injerencias y presiones ajenas a lo estrictamente informativo y procedentes de ámbitos tan fáusticos como el empresarial, el político, el gubernamental, el judicial o el marquetiniano. Todo ello mientras los diversos personajes intentan llegar a buen puerto o, al menos, no hundirse en lo que se refiere a su vida estrictamente personal.
Si a esto se le añade el hecho de contar con unos variopintos personajes ¿secundarios? (MacKenzie, Jim, Don, Sloan, Neal, Sloan, Charlie...) cuya carencia de matices se suple con un magnetismo descomunal, con un impecable factura técnica y con un respeto (también llamado sentido común) hacia los espectadores y hacia sí misma fuera de toda duda (por eso, como dijo Daniels, "acaba cuando debe"), "The Newsroom" está bastante lejos de ser una serie del montón. Si ya metemos en la ecuación sus diálogos...es simplemente una de las mejores series en ese aspecto de los últimos años/lustros/décadas.

Decía al comienzo que "The Newsroom" es una muy, muy buena serie por varias cosas. Esas "otras cosas" tienen que ver con el Periodismo. Con lo que debería ser el Periodismo. Porque en esta serie, desde McAvoy hasta el último personaje sirven para recordar, a un lado y otro de la pantalla, que el buen periodismo no es sólo decir la verdad (aunque duela o tenga consecuencias negativas), sino también atacar la mentira, ser la molesta voz de la conciencia para ese magma de personas tan acostumbradas a olvidarla que reciben el nombre genérico de “poderosos” y no caer en el juego del "todo por la audiencia". Porque el Periodismo, más que una profesión, es un ejercicio de honradez, una responsabilidad. Es practicar la "religión de la decencia" (por citar al propio McAvoy). Algo que resulta evidente desde el comienzo con aquella memorable escena de "América no es el mejor país del mundo"). Una pretensión tan idealista como no disimulada pero francamente necesaria e inspiradora y que lleva a esta serie a ser más verosímil que realista y a emanar un espíritu quijotesco que impregna a todos sus protagonistas. No en vano, las referencias al Quijote, tanto en la propia ficción como en las declaraciones de Sorkin, son claras y decisivas, como muy bien remarca su excelente episodio final (por cierto, toda una lección de narrativa televisiva). Por eso, "The Newsroom" debería ser una serie de obligada consulta en las facultades de Periodismo y en las redacciones informativas de todo el mundo: porque lo que se hace actualmente, salvo raras y contadas excepciones, no es Periodismo ni se le parece. En el mejor de los casos, es fast food mediático (y así nos va). 

En definitiva, que ahora que hace poco ha salido a la venta su tercera temporada y faltan días para el aniversario de su desenlace, cualquier seriéfilo, guionista o periodista ya sabe qué hacer: honrar el recuerdo de una serie simplemente estupenda.

sábado, 28 de noviembre de 2015

(Meta)Cine de terror

Las obras de metaficción no son algo frecuente. Y menos aún las que merecen la pena: hay que tener ingenio, habilidad para tomar cierta perspectiva respecto al referente, empatía para conseguir la complicidad del receptor, etc. Por eso, siempre es una agradable sorpresa disfrutar con obras que aciertan a la hora de referenciar o jugar con las convenciones, los arquetipos y los clichés de los géneros de la ficción. El caso del género del terror, en su vertiente cinematográfica, es un buen ejemplo de todo esto que estoy diciendo.

En las últimas dos décadas, los aficionados al cine en general y al terror en particular hemos tenido la suerte de poder disfrutar con películas que se atreven a ir más allá de lo convencional y adentrarse en el campo de lo autorreferencial. Títulos como "Scream", "Zombies party", "Behind the mask: the rise of Leslie Vernon", "Tucker y Dale contra el mal", "Bienvenidos a Zombieland", "La cabaña en el bosque" o "Las últimas supervivientes" no sólo funcionan como productos de entretenimiento (dado que la mayoría son comedias o tienen una fuerte carga autoparódica como sucedía con El jovencito Frankenstein respecto a las películas de terror de la Universal)
sino también como análisis del género de terror en sentido amplio y de sus diferentes subgéneros y/u obras maestras. Así, mientras Scream, Behind the mask, Tucker y Dale y Las últimas supervivientes nos remiten al género del slasher en general y a clásicos como "Halloween" (Scream), "La matanza de Texas" (Tucker y Dale) o "Viernes 13" (Las últimas supervivientes), películas como las divertidísimas Zombies party y Bienvenidos a Zombieland se aproximan al género zombi al tiempo que otros títulos como la muy recomendable La cabaña en el bosque funcionan como un homenaje-compendio-análisis transversal de los grandes subgéneros, temas y personajes del terror cinematográfico de los últimos lustros.

El valor de estas películas que cito no está sólo en su capacidad para entretener (porque absolutamente todas te hacen pasar un buen rato) sino en que demuestran todo un ejercicio previo de introspección y conocimiento de la materia en cuestión que, en mi opinión, las hace mucho más interesantes que el resto de películas de terror al uso hechas en los últimos años (exceptuando las magistrales The conjuring o La visita) por cuanto no contribuyen a devaluar el cine de terror mediante innecesarias redundancias sino a enriquecerlo desde la originalidad, el cariño y la complicidad.

En ese sentido, me parece que la obra más reciente, "The Final girls" (una vuelta de tuerca al juego planteado por La rosa púrupura del Cairo) es un ejemplo de esto que acabo de decir: de cómo se puede hacer una obra desde el conocimiento y el respeto que tenga valía no sólo de forma autónoma sino también como ejercicio de metaficción y eso que esta película es muy modesta en sus pretensiones. La clave está en que tiene muy muy claras sus intenciones y, tal vez por ello, funciona tan bien no como producto de terror (que ni lo es ni quiere serlo) sino como comedia (especialmente a la hora de cachondearse del terror ochentero) y obra de metaficción sobre el género del slasher.

En definitiva, que, para quien quiera descubrir las líneas maestras del cine del terror sin sobresaltos pero con una sonrisa de satisfacción, ya sabe unas cuantas películas que debería ver... 

viernes, 27 de noviembre de 2015

Un día especial

Aquella mañana, mucho antes de que la noche terminara de desangrarse, las tazas del desayuno ya humeaban en el comedor. La casa olía a café, colacao, zumo de naranja, tostadas recién hechas y a un insistente olor dulzón. Sobre la mesa, toda la panoplia de cubiertos, recipientes y alimentos estaba perfectamente colocada, como los utensilios de un forense listo para hacer una autopsia. Aquella mañana, mucho antes de que las alarmas de relojes y móviles decretaran la muerte del sueño, Gabriel ya estaba perfectamente trajeado, peinado y aseado. La gomina de su pelo, sus dientes blanqueados y el betún de sus zapatos competían por absorber la mayor cantidad posible del brillo que arrojaba la mortecina luz que velaba al comedor. Aquella mañana, mucho antes de que las calles se llenaran de autobuses con niños y coches con padres, Gabriel había recorrido ya sigilosamente los dormitorios. En silencio, sin encender ninguna luz, como un animal habituado a las sombras, se había cerciorado de que todos seguían en sus camas: Verónica en la de matrimonio, los mellizos Carlos y Esteban en su menuda litera y la pequeña Jimena en la cuna. Aquella mañana, mucho antes de que la ciudad se llenara de ruido y colores, en la casa todo era silencio y penumbra. Sólo las gárgaras de las cañerías y el enjambre de la cabeza de Gabriel rompían el sepulcro. Aquella mañana, mucho antes de que los informativos inocularan las noticias que debían interesar, Gabriel ya estaba plenamente convencido de que ese día iba a ser especial. 

Se acarició su barbilla recién afeitada. Miró la hora en su reloj. Se arregló por enésima vez el nudo de la corbata. Comprobó que la pantalla del teléfono móvil no presentaba ninguna novedad. Se humedeció los labios con la lengua. Escudriñó el silencio. Carraspeó. Se colocó los puños de la camisa. Miró hacia la puerta de la vivienda. Con sus ojos inquietos hizo inventario de todo el desayuno que había preparado y servido. Inspiró intentando meter dentro de sí más pausa que oxígeno. Volvió a mirar la puerta. Y su móvil. Y su reloj. Nada. Hurgó en su bolsillo. Sacó un caramelo de menta y empezó a masticarlo como quien intenta triturar el frenesí de una sangre que corría histérica por la ratonera de sus venas. En su cabeza, la tormenta. Ya no estaba aquella voz paternal, engolada y buenista que desde niño le empujó a llevar una vida como Dios mandaba y a dar parte en confesionarios de todo lo que hacía y pensaba y a buscar la constante aprobación de una moral que lo inundaba todo y a sentirse culpable por el vicio de vivir y a acudir a la iglesia todos los domingos y fiestas de guardar y a no tener sexo hasta después del matrimonio y a poner la otra mejilla ante todas las hostias del porvenir y a soportar con una sonrisa en la cara los cuchicheos y las chanzas a su costa y a tener todos los hijos con los que el Padre quisiera bendecir a su familia y a desterrar cualquier deseo, impulso o esfuerzo que no fuera "ad maiorem Dei gloriam" y a dedicar buena parte de sus ingresos, tiempo y pensamientos a consolidar su obra en la tierra y a perpetuar esta concepción de la vida en su mujer y sus tres hijos. Ahora, había otra voz. Una voz más recóndita, autoritaria y hostil. La voz que le había enseñado el auténtico camino para evitar el sufrimiento de un mundo podrido y sin esperanza. La voz que le había revelado el plan para brindar a los suyos el mayor regalo de todos. La voz detrás del olor dulzón.

Minutos más tarde, las tazas habían dejado de humear. El amanecer ya era un reguero de bronce derramándose entre los edificios. Sus sienes brillaban con el sudor. Su corazón centrifugaba dudas. Su mente se llenaba de reproches. Por eso, cuando llamaron a la puerta, una sonrisa se arqueó en su rostro. Por eso, cuando la policía y los paramédicos entraron como un torrente por el piso, les atendió con esa educación y templanza que más tarde llevaría a sus vecinos a comentar "Quién iba a pensar que él...". Por eso, cuando los cuatro cuerpos salieron por la puerta, su rostro no se había roto en despedida ni culpa. Al contrario. Estaba contento. La voz no le había engañado. Le prometió un día especial. Y así fue.

lunes, 23 de noviembre de 2015

¿Se puede cambiar el mundo?

¿Se puede cambiar el mundo? Sí ¿Permanentemente? No. ¿Globalmente? No. ¿Simultáneamente? No ¿Uniformemente? No. ¿Previsiblemente? No. Por tanto, ese “sí” es una afirmación llena de negaciones, de imposibilidades. Y lo es porque el devenir de la Humanidad ha demostrado que el mundo entendido como sociedad planetaria, como sistema humano, como organismo social está sujeto a la dinámica de acción y reacción que rige la física o a la dialéctica entre tesis y antítesis que vertebra el pensamiento, con el agravante de que, en el mundo, especialmente en la actualidad, están constante y simultáneamente activos miles de procesos que inciden unos sobre otros y bajo circunstancias muy dispares, lo cual hace bastante cuestionables las posibilidades de lograr un cambio suficientemente estable en el tiempo y en el espacio como para que tenga éxito. Cambiar el mundo obedece así a una voluntad de imponerse sobre lo inasible e imprevisible y, por tanto, destinada al fracaso, al menos entendido en los términos con los que se diseña y persigue ese objetivo de cambio. Pero, además, cambiar el mundo obedece a una visión del mismo que, aunque sea de forma inconsciente, menosprecia o ignora al otro o a la visión de los otros en favor de la cosmovisión individual y, por tanto, igualmente fallida. 

A lo largo de la Historia, se ha intentado cambiar el mundo partiendo de diferentes concepciones del mismo, alegando diversas motivaciones y empleando distintas maneras. Se ha intentado cambiar el mundo concibiéndolo como escenario y catalizador de la culminación de una polis o de una nación o de una clase o del propio individuo en sí mismo considerado. Se ha intentado cambiar el mundo apostando por la paideia, por la ley o por la lucha. Se ha intentado cambiar el mundo mediante una regulación compleja y rígida o mediante una legislación simple y laxa. Se ha intentado cambiar el mundo desde la acción individual y desde la acción colectiva. Se ha intentado cambiar el mundo creyendo que el bien individual y el colectivo son compatibles o bien pensando que la sociedad y quienes la integran son un buffet libre al servicio de las apetencias y objetivos individuales. Se ha intentado cambiar el mundo desde la cohesión y desde el apartamiento. Se ha intentado cambiar el mundo desde la transformación y desde la ruptura. Se ha intentado cambiar el mundo desde la imposición y desde la persuasión. Se ha intentado cambiar el mundo desde planteamientos filosóficos, políticos, económicos, religiosos y psicológicos. Se ha intentado cambiar el mundo de muchas maneras, desde muchos lugares y en muchos momentos y el mundo siempre ha seguido su propio camino, sin cerrar la puerta a la sorpresa, dejando en papel mojado todo tipo de cuadrículas y planteamientos. En ese sentido, se puede decir que el mundo en que vivimos se comporta, desde siempre pero especialmente en nuestra época, como lo haría un péndulo de Newton.

Quizás ello se deba a que basta una sola persona para iniciar el desmoronamiento de todo un sistema o planteamiento; a que siempre habrá alguien dispuesto a ir en contra de lo que diga otro o que vea beneficio en ir contracorriente o que se sienta atraído por hacer lo contrario, lo alternativo, lo prohibido. O a que somos tan propensos a la aplicación de esquemas y a la búsqueda de panaceas que acabamos por ignorar fenómenos como el “efecto mariposa” o el “cisne negro”. O, tal vez, a que, queriendo cambiar el mundo, es el mundo el que acaba por cambiarnos y entonces ya no es momento de ofrecer respuestas sino de buscar nuevas preguntas.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Fuga

La tormenta emborronaba la ciudad convirtiéndola en una burda acuarela. La gente aún expuesta a la lluvia corría a refugiarse en medio de una esquizofrenia de paraguas, los coches bautizaban rítmicamente las aceras con agua estancada, las fachadas se llenaban de voyeurs de aquella ducha furiosa y las apps discutían si el tiempo previsto era poco nuboso o despejado. Abrió la ventana al gris, cerró los ojos y dejó que el mundo se redujera al siseo del aguacero estrellándose contra el suelo,a los aullidos de los árboles azotados por el viento, al bramido del cielo desgarrado por los relámpagos, al olor germinal de la tierra enfangada, al frío escupiéndole su pureza a la cara, a los relojes yéndose alcantarilla abajo, a los calendarios deshaciéndose en papel mojado, a la esperanza desangrándose en ceniza, al llanto musitado de mejillas rotas, al grito histérico de la vida dándole un portazo. Cerró la ventana. Se colocó el traje que ella le regaló hacía años. Se repeinó las canas con las manos temblando por el miedo más que por la edad. Se abrochó los zapatos cuarteados. Se puso el abrigo. Se guardó en el bosillo la disculpa que había tardado en escribir una noche y cuatro líneas. Y salió dejando atrás el paragüas y una casa aún por pagar.

Cuando el cielo reconquistó el azul, la tormentaba ya se lo había llevado.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Troya es cualquier parte

Anoche, de nuevo, el horror. Y la piel fría y los latidos lentos y los pensamientos frenéticos y el silencio quebrándose por un torrente de palabras a ninguna parte. Anoche, de nuevo, la muerte. Y el terror. Y la rabia. Y la pena.

La cadena de atentados que la pasada noche hirió a todo el mundo libre a la altura de París nos ha vuelto a dejar en shock. Las imágenes, las informaciones, las sensaciones, los testimonios, las reflexiones...todo lo que emana de la matanza en Francia lo afrontamos y sentimos como un demencial déjà vu y abre de nuevo las cicatrices de sucesos como los Ankara, los del Charlie Hebdo, los atentados en Londres, el 11-M, el 11-S...Y esto ocurre porque vivimos unas décadas vertebradas por el terror. El terror letal de quienes buscan la eliminación más despiadada y atroz de aquellos que no son como ellos se ha convertido en parte tanto de la historia oficial como de la íntima: está en las hemerotecas, en las noticias y en nuestros recuerdos.
 
Lo fácil (e injusto) ahora sería dejar que las vísceras se pongan a los mandos y ciscarse en todo lo que huela a Islam, clamar por la demolición de mezquitas, pretender la expulsión de los musulmanes, criminalizar sistemáticamente  a quien tenga pinta de moro, proponer la fumigación de Oriente Medio hasta que no quede nadie mirando a La Meca...
Lo estúpido (y políticamente correcto) ahora sería seguir apostando por la oración, la tolerancia, el diálogo, la diplomacia y los brindis al sol como remedios a un problema que sólo se puede solucionar de una manera y ésta no pasa precisamente por el Imagine de John Lennon ni por compartir hashtags o imágenes virales.
Lo inteligente ahora es saber poner en contexto lo que pasa y entender que todo esto no es más que el resultado de:
 1) Una siniestra interpretación de una religión. En este caso, ninguna religión está libre de que un lunático y/o malnacido la interprete de forma que legitime cualquier monstruosidad ni de que haya otros mierdas que sigan tal tergiversación. La Historia está llena de ejemplos de ello tanto en lo cronológico como en lo geográfico. Y ojo que con esto no quiero decir que el Islam sea un credo pluscuamperfecto, porque basta recordar las motivaciones que llevaron a Mahoma a crear esa religión para saber de qué va el tema. Lo que estoy queriendo decir es que todas las religiones tienen en su historial una sarta de barbaridades y salvajadas en nombre del Dios de turno suficente para no ponerse estupendo a la hora de demonizar. O, dicho de otra forma, la religión siempre será una excusa pero no la causa.
2) La hipócrita y pésima gestión de los conflictos en Oriente Medio: hacer negocios con quienes financian o amparan a terroristas, criticar públicamente el uso de armas que son vendidas por los mismos que critican, sustentar económica y armamentísticamente a "rebeldes" que al hacerse mayores se convierten en Al Qaeda o el Estado Islámico, no eliminar bélicamente y en su origen a los grupos terroristas, seguir confiando en gobiernos títeres y/o fallidos para que ¿solucionen? la papeleta, jugar al Risk con los territorios árabes por mero interés geopolítico o económico, ningunear las bajas civiles en los conflictos de aquellas tierras, ignorar cualquier problema del que no se pueda sacar tajada, cogérsela con papel de fumar cuando Israel decide masacrar o humillar a sus vecinos...En el terrorismo yihadista la culpa no la tienen sólo unos barbudos que sueñan con huríes.
3) La persistencia de un problema de falta de integración de personas que bien por ineptitud, bien por decisión propia no quieren formar parte de una sociedad libre.
4) La extraordinaria dificultad de combatir a lulas durmientes y lobos solitarios.
5) La propia cobardía o complicidad de las autoridades árabes, que los descarta como ayuda útil en este asunto.

6) La demoledora habilidad de los terroristas para aprovechar los defectos en materia legal, penal, migratoria, coordinación policial...
7) Una forma de estar en el mundo que convierte en diana a todo aquel que disienta de lo que mande el cabecilla de turno. Por eso, hay que entender que esto es sólo un ataque contra todos los valores arraigados o, mejor dicho, defendidos (con mayor o menor hipocresía) en la llamada "civilización occidental" sino contra toda persona que no sea ellos. Por este motivo, tanto cuentan (o deberían contar) las muertes en Europa como las que se producen en Oriente Medio a manos de estos locos sanguinarios. La única diferencia es que aquí en el ¿primer mundo? nos creemos a salvo por la falta de frecuencia en las barbaridades que, allende el Mediterráneo, son diarias desde hace mucho tiempo. De ahí que sea conveniente recordar al hilo de esto que la distancia, tanto geográfica como emocional, siempre juega a favor de quien mata y no de quien es matado.  
8) Creer que se puede solucionar desde la lógica lo que proviene de lo irracional.

Dicho esto, creo que el problema del terrorismo yihadista sólo se puede solventar apostando sin complejos por una extrema contundencia legal, policial y militar. Como dijo Edmund Burke:"Para que triunfe el mal, basta con que los hombres buenos no haga nada" y eso es lo que ha pasado, que no se está haciendo nada correctamente ni en fondo ni en forma. En ese sentido, prefiero lamentar errores a lamentar muertes, prefiero perder en libertad si con ello gano en seguridad tanto para los míos como para mí porque ha sido la tibieza a la hora de entender y resolver este problema la que ha llevado la inseguridad a todo el planeta, la que ha convertido a cualquier país y ciudad del mundo en Troya. 

Así que rezar, sí, por supuesto, recemos por las víctimas y sus seres queridos...pero esto no lo va a solucionar Dios ni ninguna clase de sugestión espiritual. La locura terrorista es una enfermedad con un único tratamiento posible y no pasa precisamente por oraciones ni por clases de integración ni por cumbres buenrollistas ni por fotos de concordia. Los responsables de estos y otros atentados, tanto materiales como intelectuales, donde quiera que estén, sólo pueden tener una respuesta por parte del mundo libre: su aniquilación. Como dicen en cierta película: "no tengáis piedad, pues ninguna habéis de recibir".

No quiero finalizar el artículo con tanta oscuridad. Quiero terminarlo con la admiración por la excepcional y magistral reacción tanto de las autoridades como de la población francesa ante la atrocidad. Contra el miedo, libertad. Contra la muerte, dignidad. Contra los desafíos, firmeza. Bravo por ellos.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Cuestión de Educación

En las últimas semanas, ronda en los medios de comunicación el manido y bochornoso asunto de la Educación en España, a cuenta de majaderías varias como el estúpido debate de qué hacer con la asignatura de religión (católica) o la no menos soplapollesca propuesta de valorar a los profesores por buenos o malos. Que estas paridas sean las que refresquen la polémica dice mucho de lo mal que se afronta un problema real, continuado, preocupante y con visos no sólo ya de ser generacional (que lo es) sino endémico y estructural

Como ya en su día analicé este mismo tema en profundidad, intentaré no extenderme demasiado. En mi opinión, la clave del despropósito no está en una asignatura ni en la calidad del profesorado tanto como en la concepción, en fondo y forma, de la Educación de los escolares. En ese sentido, mejor sería preguntarse por qué, para qué y cómo antes que meterse en fregados que llevan a muchos titulares y ninguna parte. La Educación hoy en día está concebida no para formar sino para adoctrinar, no para habilitar sino para moldear, no para aprender sino para superar trámites de una forma casi burocrática que, a la hora de la verdad, no garantizan nada, tal y como está el patio. Yo no digo que hagamos con la Grecia clásica, que concebían la formación del individuo mediante la paideia, que, dicho resumidamente, ofrecía al niño un selecto compendio de saberes intelectuales y técnicos gracias al cual podría convertirse en alguien de provecho dedicándose a aquello que
mejor supiera hacer. Implantar la paideia hoy sería tan deseable como imposible por la concepción que se tiene actualmente del concepto de "sociedad", "individuo", "saber", "trabajo", etc. Lo que sí digo es que habría que revisar por completo un sistema que se limita a cumplir el expediente (en todos los sentidos), que sirve conocimientos de garrafón, que se orienta y vertebra en torno a un discutible criterio de practicidad, que menosprecia con saña todo lo etiquetable como "Humanidades", que no estimula el pensamiento sino que lo dirige, que no despierta la curiosidad sino que sodomiza la atención, que sólo entiende por cultura lo que diga el Gobierno de turno, que se preocupa más de lo cuantificable que de lo cualificable, que se deja marear por la corrección política y el buenismo pedagógico, que prefiere igualar por abajo y no por arriba, que no diferencia entre materias ni personas, que comete el error de creer que todos pueden hacer todo, que en lugar de ver seres humanos ven recipientes a rellenar con "aquello que ponga el currículo de turno" y tira millas, que está concebido como una factoría dedicada a la producción en serie de gente homogeneizada y gregaria. Claro que un sistema así sería impensable en un país en el que existen un Congreso de los Diputados convertido en una
constante declaración de amor a la vergüenza ajena, un Telecinco desviviéndose en aupar, jalear y forrar a los más impresentables de su generación (también llamados "tronistas", "grandeshermanos", "colaboradores", etc), un Estado que penaliza fiscalmente el acceso a la cultura, una televisión pública que ha renunciado a su papel docente, una sociedad en la que se ha desvirtuado el sentido y el significado de "cultura", "arte" o "creatividad", un mercado editorial en el que parece que lo mismo da Juana que su hermana, una conciliación entre la vida profesional y laboral que convierte a los hijos en un sudoku... 


¿Qué sistema sería aconsejable? Para empezar, uno en el que existiera una armonía entre las materias y las asignaturas de forma que cada alumno reciba la formación adecuada no sólo para saber estar en el mundo sino también para saber ser. Para
continuar, uno en el que lo intelectual, lo físico y lo técnico convivan teniendo el mismo respeto y consideración por quienes enseñan y quienes son enseñados. Para seguir, uno en el que no meta la zarpa el político, el pedadogo, el psicólogo, el obispo o el iluminado de turno. Y para acabar, uno que no se preocupe tanto de qué clase de votantes o trabajadores formar sino de qué tipo de persona saldrá ahí fuera cuando acabe su travesía académica.

Una vez conseguido eso, ya sería el momento para hablar de debates como los que comentaba al principio del artículo. En lo referente a la asignatura de religión, me parece más necesario (y constitucionalmente coherente) que los niños aprendan correctamente filosofía para así elegir con libertad y criterio en qué creen y por qué. Y respecto a lo de distinguir a "profesores buenos" y "profesores malos" como garantía de no se sabe muy bien qué...Sencillamente, de lo que hay que preocuparse es de que el profesor esté bien formado, bien respetado y bien motivado; todo lo demás son marinadas mentales. 

Cambiar todo esto es muy difícil, básicamente porque "no interesa" a quienes deben cambiarlo, pero no por ello hay que dejar de pretenderlo y, mientras tanto, seguir disfrutando de esos pequeños focos de resistencia contra el disparate y la mediocridad, "partisanos del conocimiento" que ya sea individualmente en centros ordinarios o colectivamente en escuelas extraordinarias busquen y ofrezcan otra forma de aprender.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Jánovas como metáfora

Anoche Jordi Évole y su Salvados volvieron a demostrar por qué es importante que programas así se hagan en televisión, aunque sea en cadenas privadas. Porque, dejando a un lado que innegablemente en ocasiones pinche en hueso (como por ejemplo, el programa dedicado al Colegio del Pilar), Évole tiene la sana costumbre de ofrecer al espectador un producto de impecable forma (siempre) e interesante fondo (casi siempre); un programa que, sin ser periodístico (ni pretenderlo, ojo), sí se parece mucho a lo que tiene que aspirar el periodismo: decir, contar, denunciar y mostrar.

Anoche, como digo, fue una de esas ocasiones en las que ponerse frente al televisor fue un auténtico gustazo, aunque lo que te muestre la pantalla sea poco o nada agradable, festivo o divertido, como fue el caso. El Salvados sobre Jánovas fue un programa que repugnaba por lo que se decía y conmovía por cómo y quién lo contaba. Al verlo, no pude evitar tener la misma sensación que al leer a grandes narradores nuestros como Rafael Chirbes o Julio Llamazares, maestros a la hora de tomar como base un suceso "anónimo" y muy concreto en lo geográfico y cronológico para elaborar una radiografía de España y los españoles tan descarnada y vigente que siempre merece la pena aunque duela. Así, la trágica vergüenza del "no pantano" de Jánovas y sus dramáticas consecuencias para los lugareños entronca directamente con novelas de Llamazares como La lluvia amarilla o Distintas formas de mirar el agua y de Chirbes como La buena letra o En la orilla.

De todos modos, el programa de ayer, es decir, el programón de anoche no tuvo su mejor virtud en lo que denunciaba: por desgracia en este país, llueve sobre mojado a la hora de hablar de la asquerosa desvergüenza de políticos y empresarios de todo pelaje, época o lugar. Si acaso, podría servir para comprobar que ya en el Franquismo existía el "capitalismo de amiguetes", o lo que es lo mismo: el gentuceo en las altas esferas, el mamoneo entre los intocables, el menudeo de favores entre los poderosos, el mamporrerismo entre los que tienen el poder político y los que ostentan la soberanía económica...aunque, siendo rigurosos, ese infame trapicheo existe desde los tiempos del "Aula Regia".

Para mí, lo más acertado del último Salvados fue mostrar la habilidad y la sensibilidad necesarias para saber qué contar, qué decir y cómo hacerlo. Así, el excelente programa de ayer sirvió para convertir a Jánovas y su pantano fantasma en un remedo español del retrato de Dorian Gray en el que se pueden ver reflejados los principales males y disparates que han caracterizado la vida pública de España desde hace décadas. Un retrato que se hace difícil de mirar pero que no hay que olvidar si queremos llegar a ser algún día un país enteramente civilizado en lo ético porque el de Jánovas es un pantano que no existe pero en el que se ahogaron la alegría, la tranquilidad, el porvenir y los derechos de demasiadas personas. El de Jánovas es un pantano que no existe pero en cuya superficie flotan como cadáveres putrefactos la honradez política, la ética empresarial y la deontología profesional de muchos medios de comunicación. Pero además, y quizás lo más importante y valioso de todo, es que el de Jánovas es un pantano que no existe pero en cuyas aguas se alza desafiante la dignidad insumergible de las personas, ésas que saben llorar; que saben apretar los dientes; que saben levantarse tras ser derribados pero que no saben agachar la cabeza ni poner rodilla en tierra; que engrandecen su derrota mientras otros envilecen su victoria; que sostienen en silencio a un país más que miles de datos macroeconómicos, gráficos al alza y discursos triunfalistas. Héroes cuya única aspiración es poder disfrutar de una vida tranquila y digna. Personas que no tienen un Homero que les cante pero sí un Évole que los entreviste. Por eso, en mi opinión, lo mejor del Salvados de anoche no fue mostrar gentuza por la que sentir asco sino sacar del anonimato a gente por la que sentir una profunda, honesta y absoluta admiración.