viernes, 30 de mayo de 2014

Triunfo y derrota

Sintió un profundo sentimiento de fracaso. En sus quince años como boxeador, a John “Thunder” Twain le habían roto el cuerpo más veces de las que podía recordar, pero nunca el alma. En sus sesenta combates, a John “Thunder” Twain le habían gritado de todo en un ring, pero nunca campeón. En sus veinte derrotas, a John “Thunder” Twain siempre le habían mirado su mujer y su pequeño con orgullo o con pena, pero nunca con vergüenza. En sus cuarenta victorias, a John “Thunder” Twain le gustaba creer que siempre había ganado a rivales peores que él, pero nunca mejores. A sus treinta y ocho años, a John “Thunder” Twain le agradaba pensar que los únicos golpes que le había dado la vida fue lejos de un ring, pero nunca dentro. Pero aquella noche, entre flashes y aplausos, con decenas de personas desconocidas levantando su cuerpo sudado y amoratado, coreando “Thunder” y “campeón” como si todos los ángeles del cielo hubieron apostado por él, John “Thunder” Twain miró a un rincón del ring. Allí, como un gigante herido, respiraba profunda y entrecortadamente Travis Johnson III, el antiguo campeón, el coloso negro que había sacrificado años de esfuerzo por un puñado de dólares, el ídolo que se había dejado vencer; el campeón que le había derrotado cayendo a la lona. Y, en ese instante, John “Thunder” Twain comprendió cuánto fracaso puede haber en una victoria.

domingo, 25 de mayo de 2014

Lo que ganó el "Atleti" anoche

Cuando se disipó la polvareda, el orgullo seguía ahí. Y la dignidad. Y el mérito. Y el esfuerzo. Y el respeto. Y la honradez. Y la humildad. Y la leyenda.

Anoche fue una noche dura, difícil. Una noche en la que la rabia y el desconsuelo llamaron a la puerta con la incómoda insistencia del borracho que ha perdido las llaves. Una noche en la que fue muy fácil caer en la trampa de olvidar lo conseguido y obsesionarse con lo no conseguido. Una noche en la que la tragedia intentó quitarle el protagonismo a la hazaña. Una noche en la que el fútbol demostró cuánto te puede enseñar sobre esta vida imperfecta e imprevisible...pero también fue una de las mejores noches para estar muy orgulloso de sentirse parte del Atlético de Madrid.

Sobre el partido en sí poco que decir: los campeones plantaron cara hasta que el físico, la suerte y el árbitro dijeron basta. Felicidades al Real Madrid. Dicho esto, cualquier persona, mínimamente sensata y honesta, sea o no del "Atleti", puede y debe reconocer el enorme y ejemplar mérito de Diego Pablo "El Cholo" Simeone, Courtois, Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis,
Gabi, Tiago, Koke, Raúl, Villa, Costa, Adrián, Sosa, Arda...Un mérito que, aún más allá de lo futbolístico, radica en constituir un referente moral para miles de personas. El Atlético de Madrid, gracias al Cholo, a sus jugadores y al resto del equipo técnico, se ha convertido en un exponente de la moral del esfuerzo. Del trabajo. Del compromiso. De la dignidad. De la humildad. De la honestidad. De la sencillez. De la ilusión. De la convicción. De la constancia. De la valentía entendida como no rendirse jamás ante las dificultades y los contratiempos. Una moral no apta para todo el mundo. Como el Atleti: un equipo especial, de gente diferente y para personas distintas.

Calificar como "histórica" la temporada que anoche acabó sería quedarse corto. "Legendaria" sería más acertado. "Ejemplar" tampoco le va mal. ¿"Irrepetible"? Tal vez. "Entrañable", seguro. Porque lo que el Atlético de Madrid ha conseguido este año y lo que ha hecho pensar y sentir no está al alcance de cualquiera...y estoy convencido de que no lo olvidarán ni la cabeza ni el corazón. Y, por eso, por encima de resultados y títulos, hay y habrá que estar agradecido siempre. Agradecido y orgulloso.

Y sí, perdieron, perdimos. ¿Pero qué perdimos? ¿Un título? ¿Un
trofeo? ¿Una estadística? Vale, de acuerdo, perdimos eso. Pero sólo eso, porque, como decía al principio, hay algo que ya no podremos perder ni nos podrán quitar nunca: el orgullo, la dignidad, el mérito, el esfuerzo, el respeto, la honradez, la humildad y la leyenda. Visto así, creo que el Atlético de Madrid fue el único equipo que ganó anoche. Y es que en ocasiones como ayer la crueldad te enseña las cosas más importantes (y bonitas) de la vida, ésas que no se pueden comprar con dinero. ¡¡Aupa Atleti!!

sábado, 24 de mayo de 2014

Jornada de reflexión

Hay gente que cree en la Unión Europea. Yo no. No puedo creer en algo que teniendo el potencial y el deber de ser una federación imponente es una confederación fallida por el egoísmo nacional y la miopía de miras de sus miembros. Algo que, por otra parte, se veía venir mucho antes de que crisis como la económica o la ucraniana lo dejara en patética evidencia. En Europa o, mejor dicho, en la UE, a la hora de la verdad, todos los países siguen yendo a la suyo porque ir a lo suyo es lo que han hecho durante siglos...y no les ha ido mal (en la mayoría de los casos), así que ¿para qué cambiar? Mientras los países, los gobiernos y los ciudadanos de la UE sigan pensando y actuando en clave nacional y no como parte de un todo, la UE seguirá siendo un experimento destinado al fracaso y al ridículo. Así las cosas no puede extrañar a nadie que la UE se haya convertido en una enorme majadería burocrática en la que cualquier persona mínimamente sensata no puede ni debe tener puesta esperanza alguna. Creer en la UE es llamar Charlize Theron a Leticia Sabater.

Hay gente que cree en los partidos políticos españoles. Yo no. O, al menos, en ninguno de los "habituales" (es decir, cualquiera que tenga hoy representación en las Cortes). No puedo creer en unos partidos que han utilizado el sistema democrático y la paciencia ciudadana para su propio lucro. No puedo creer en unos partidos a los que sólo les interesa el poder y el dinero. No puedo creer en unos partidos que en lugar de servir a la ciudadanía se sirven de ella. No puedo creer en unos partidos que han convertido la política en un chollo para ineptos y lerdos de todo género, tipo y condición. No puedo creer en unos partidos que no conocen la honradez ni la vergüenza. No puedo creer en unos partidos abonados a la mentira, la mediocridad y la chapuza.
No puedo creer en unos partidos cuya falta de preparación académica, intelectual y moral ha devastado económica y socialmente al país. No puedo creer en unos partidos que sólo se sostienen en el Congreso de los Diputados por el apoyo de unos militantes y simpatizantes que deben tener el cerebro en búsqueda y captura y el respaldo de una clase empresarial que en eso de no conocer la decencia siguen siendo los putos amos. No puedo creer en unos partidos que lo único para lo que sirven es para dar risa, pena o asco. Creer en los partidos políticos españoles es un billete de ida a la depresión.

Hay gente que cree en las elecciones. Yo no. Pero, más que nada, porque ha quedado sobradamente demostrado aquello que dijo Tierno Galván hace años: "Las promesas electorales están para incumplirlas". Último ejemplo: Partido Popular. Y eso que yo pertenezco a ese extraño grupo de personas que cuando votan no lo hacen desde la víscera, esto es, no pensando que se vota "contra" o "para que no ganen otros". El caso es que la "sensancional" labor desempeñada por PP y PSOE (tanto monta, monta tanto) estos años ha originado una norma que todo ciudadano debería recordar en ocasiones como ésta: "no votar a quien te miente o engaña". Y es que nuestros infames "representantes" han convertido el hecho de votar en un acto contrario a la propia democracia. Olé.

Así las cosas, no me extraña nada que haya gente a la que le importen mucho más los ritos funerarios de los pigmeos que las elecciones europeas de mañana. Máxime después de la campaña electoral "nivel Conchita Wurst" que se han marcado los dos
partidos principales (a la hora de dar vergüenza ajena) con Gañete y el florero de Rubalcaba a la cabeza. Una campaña que, más allá de la estúpida polémica demagógica sobre feminismo-machismo, ha sido una vez más utilizada y tergiversada en clave nacional. ¿Qué tiene que ver la Unión Europea con España? Además de dar la misma pena, quiero decir. No obstante, si se trata de refrendar lo hecho por A, por B o por Z en España en los últimos años...mañana las urnas electorales deberían estar vacías porque lo único que se merecen los partidos actualmente representados en las Cortes españolas es el exterminio electoral.

Por todo ello, si yo no creo en la UE ni en los partidos políticos habituales ni en las elecciones, lo lógico sería que mañana no vaya a votar...pero vivimos tiempos absurdos que requieren soluciones ilógicas. Mañana votaré. Y votaré a uno de esos nuevos partidos tan pequeños que sólo les cabe la esperanza. Uno de esos partidos que han sido criticados de manera indecente y prepotente tanto por el PP como por el PSOE (lo que hace el miedo...). Uno de esos partidos que se han convertido en el remedio de última hora contra la abstención. Uno de esos partidos que parecen querer demostrar que otra forma de entender y hacer la política es posible. Por eso votaré. Porque, ya que la UE no sirve para lo que debería, por lo menos que sirva para mandar un mensaje. Bueno, por eso y porque, como dicen en Ratatouille, lo nuevo necesita amigos. Ojalá que sirva de algo. 

viernes, 23 de mayo de 2014

El último día de Ray Holson

El último día de su vida, la albóndiga conocida como Ray Holson se despertó a la una de la tarde en un sofá de tres plazas y dos millones de gérmenes flanqueado por un pequinés a medio castrar llamado “Pequeño Conan”, una yonqui a medio follar llamada “Pequeña Cindy” y un porro a medio fumar llamado “Pequeño porro”. Más allá, la suciedad y el desorden transformaban su casa en el vientre de un camión de la basura. Jonás engullido por la mierda. Náufrago de su propio caos y prisionero de un cuerpo que daba un nuevo significado a la palabra “sebo”, Ray Holson se incorporó con tranquilidad, depositando con cuidado al pequinés encima de las tetas marginales de aquella adolescente enganchada a las drogas y a los mentirosos con sobrepeso. Paseó su desnudez sobre una alfombra de catálogos japoneses de lencería hasta que encontró su chándal azul celeste con olor a infierno. Convertido en un globo aerostático patrocinado por Adidas, fue a la cocina a prepararse un café. Entonces ocurrió el hecho que cambiaría su vida: no quedaba leche, al menos dentro del tetrabrik donde debía estar. El tiempo se detuvo y el cerebro de Ray Holson se debatió entre tres ideas: penetrar al pequinés, sacar a la yonqui a pasear o bajar a comprar un paquete de leche. El portazo despertó al pequinés, que empezó a lamer, y a la yonqui, que puso los ojos en blanco. 


La coctelera anteriormente conocida como ascensor bajó seis pisos, abrió las puertas y regurgitó a Ray Holson. Éste avanzó por el vestíbulo canturreando Smells like teen spirit como si tuviera el oído que se cortó Van Gogh. En su cabeza empezaban a desperezarse planes que iban desde la dominación mundial hasta la erradicación de la malaria en Nueva York. Y, al salir a la calle, pasó. Pasó la vecina del octavo, Lindsay Morrison, de noventa y seis años, en camisón y sin dentadura, con toda la furia de una suicida en caída libre que se sentía estafada por la vida y la seguridad social, aunque no en ese orden. Había decidido tacharse de la existencia. 

En el vecindario, sólo el pequinés lloró la muerte de Ray Holson.

domingo, 18 de mayo de 2014

...y volver a ganar, ganar, ganar

El "Atleti" es un equipo diferente, rebelde, contestatario. Está empeñado en demostrar a esta decepcionante sociedad que hacer bien las cosas tiene reconocimiento, que el esfuerzo tiene premio, que la honradez no se castiga, que la suerte siempre te debe pillar trabajando, que el talento sin sudor no sirve de nada, que la dignidad no tiene precio, que los retos no son el final sino el principio, que los méritos no se consiguen con el nombre ni con el pasado, que la generosidad no está pasada de moda, que el compromiso no está en extinción, que la paciencia acaba por sacar una alegría de su chistera, que la presión sólo la tienen los mejores, que la valentía no acaba en tragedia, que la humildad es el mejor atajo al éxito, que el camino es más importante aún que el destino, que la pasión no es algo que sólo se pueda mostrar y sentir sin ropa, que lo importante es darlo todo, que el último minuto es tan importante como el primero, que las grandes cosas están hechas de pequeños detalles, que los grandes logros nunca son fáciles, que lo importante en la vida no tiene precio, que el primer paso para conseguir algo es creer...que la gloria no se regala. Vamos, que ser del Atleti no sólo te hace feliz, sino más sabio y mejor persona.

En todas estas cosas podría haber pensado anoche...de no haber estado camino de Neptuno. Y como yo, miles. Personas que se
dejaron llevar por una alegría ajena a cualquier complejo o freno. Personas que tiñeron de rojo y blanco una ciudad propensa al gris. Personas que escribieron un recuerdo más en su piel de gallina. Personas a las que se les acabaron las lágrimas y las palabras. Personas que antaño eran blanco de bromas y menosprecios y ahora son motivo de envidia o admiración. Personas que no les importa canjear sufrimiento por felicidad. Personas desconocidas que comparten la intimidad cómplice de ser parte de un equipo que para bien o para mal siempre te hace sentir vivo. Personas que se saben parte de un equipo que escribe su historia con el corazón. Personas que se han convencido de que, como dijo aquél, la vida puede ser maravillosa. Personas distintas y distantes unidas por algo más poderoso que la sangre: la felicidad. Nos llaman "indios", "colchoneros": somos la gente del Atlético de Madrid.

Y todo ello después de haber hecho el más difícil todavía: ganar la Liga en el último partido, contra el otro aspirante (el mejor equipo de la historia), en su campo (afición ejemplar), remontando, y sobreponiéndose a las lesiones, la fatiga y la presión. Entrar en la historia nunca es fácil. Ser legendario, tampoco. Aunque, el Atleti se sabía bien la receta para ello:
- Ganar, ganar, ganar y volver a ganar, ganar, ganar.
- Ir partido a partido.
- Luchar como hermanos defendiendo sus colores en un juego noble y sano derrochando coraje y corazón.
Tres premisas que han llevado al Atlético de Madrid a luchar y ganar peleando como el mejor para quedar entre todos campeón (nunca un himno fue tan revelador como esta temporada).

Y ese mérito, ser los mejores, es algo que cualquier amante del
fútbol en general y del Atleti en particular debe agradecer tanto a los que salen al campo (Courtois, Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis, Koke, Gabi, Tiago, Arda, Diego Costa, Villa, Raúl García, Adrián, Mario, Diego, Sosa...) como a los que no (el "Cholo" Simeone, el "Mono" Burgos, el "profe" Ortega y el resto del fantástico equipo técnico). Lo lógico sería elogiar especial y merecidamente a Simeone, el "legend-maker", el hombre-milagro, el motivador total, el líder de la manada, el único junto al mítico e inolvidable Luis Aragonés que ha entrado en el corazón y la memoria de los atléticos como jugador y como entrenador...pero hacerlo sería ir contra su propia filosofía, esa que todos los rojiblancos hemos convertido en credo y manual de instrucciones para la vida. Así que el mérito es...de todos los que tanto en el campo como en las gradas o en sus casas han ayudado a conquistar algo muy difícil en estos tiempos que corren: la más absoluta, sincera y pura alegría. Y todo ello simplemente siendo un equipo diferente, rebelde, contestatario.

¡Forza Atleti! O, mejor dicho: ¡¡Viva la madre que os parió!!


viernes, 16 de mayo de 2014

A oscuras

Las putas roncan. La habitación era una letrina de petróleo, estaba a punto de vomitar media botella de Bourbon y en su cabeza rechinaba la resaca, pero a Bob Boswell lo que más le llamaba la atención a las cuatro de la mañana es que la putas roncan, al menos la que se acababa de tirar. Había olvidado dónde había dejado su camisa hawaiana y sus bombachos. Había olvidado dónde había tirado sus chanclas. Había olvidado dónde había perdido el reloj. Había olvidado qué había hecho con su anillo de casado. Había olvidado si la mesilla de su lado tenía lámpara. Pero ahí estaba Bob Boswell, de pie, junto a una cama sudada, en un motel de carretera, maravillado por los ronquidos de una puta cuyo nombre no recordaba. Su cuerpo fondón avanzó borracho de oscuridad por el lateral de la cama, arrancando un siseo de la moqueta mohosa. Quería encontrar su ropa pronto porque nada frío es bueno y mucho menos el sudor que lustraba sus lorzas. De pronto, su caminar zombi se detuvo cuando una prenda se enredó en su pie derecho como un alga. Se agachó, reprimió una arcada y la palpó. Mis slips, pensó. Agarró la prenda e introdujo torpemente el pie izquierdo por el agujero mientras hacía aspavientos de funambulista al borde de la tragedia. A Bob Boswell nunca se le dieron bien los agujeros. Luego intentó repetir la operación con el pie derecho. Un golpe seco resonó en el cuarto. 

A la mañana siguiente, ella se había ido, pero Bob Boswell continuaba en la habitación, dormido en la moqueta, con la cabeza sobre un charco de baba, el culo en pompa y las bragas de una puta cuyo nombre no recordaba encadenadas a sus muslos.

jueves, 15 de mayo de 2014

Demagogos inoportunos

Ser inoportuno va ligado con más frecuencia de la deseable a una carencia o deficiencia en lo que a capacidad de discernimiento se refiere. O, dicho en plata, si padeces de gilipollez (latente o rampante) es bastante probable que seas inoportuno.

Por otra parte, la demagogia (esa estrategia/técnica que ya los griegos pusieron a parir mucho antes de que España tuviera Congreso de los Diputados y tertulias televisadas) está vinculada a personas que aprovechan cualquier ocasión para ganar relevancia a costa de no decir nada que demuestre ingenio, honradez o un mínimo esfuerzo intelectual. O, dicho de otra forma, el demagogo es un oportunista con menos vergüenza aún que argumentos.

Por todo ello, ser un demagogo y además inoportuno te hace automáticamente formar parte de la crème de la crème del cubo de la basura oral o escrita. Son los que hacen leña del árbol caído, los que se suben al carro tarde, los que mezclan churras con merinas, los que quieren ser más papistas que el Papa, los que confunden la velocidad con el tocino, los inflacionistas de la economía verbal...hay muchas subespecies de demagogos inoportunos pero todas tienen en común ansiar un minuto de gloria o unos segundos de clac. Y no todo el mundo vale para eso. No. Hay que esforzarse. Currárselo. Tener la vocación de llegar a convertirte en una hemorroide de la palabra y no parar hasta conseguirlo. Mentalizarse para convertir cualquier ocasión para estar callado en un desliz vergonzoso: Parecer idiota y además demostrarlo sin complejos sólo está reservado para unos elegidos. 

Normalmente, los demagogos inoportunos suelen darse con mayor frecuencia en casos en los que concurren afán de protagonismo, escasa valía mental y/o una desorientación ética de tomo y lomo. Casos en los que se suple con narcisismo y vedettismo todos los desperfectos intelectuales, éticos, morales, educativos y/o profesionales que tiene el sujeto en cuestión. En resumen: el demagogo inoportuno es un kamikaze verbal que cumple a rajatabla aquello de "Que hablen de ti, aunque sea mal" (Salvador Dalí
dixit) para alimentar un ego enorme lleno de nada (o de basura, según). Por eso no extraña que abunden en el campo de la política, en el que el poder, los votos y los aplausos nublan algo más que la vista a más de uno.

El problema está en que (salvo que te dirijas a una audiencia como la que babea viendo "Sálvame" o agita banderitas en mítines) el demagogo inoportuno queda en evidencia a la velocidad de la luz y consigue una discutible y fugaz notoriedad a costa de quedar para la posteridad como un cretino cuando no en un perfecto candidato para haberse quedado en aborto prematuro.

Ejemplos de demagogos inoportunos tenemos en España muchos (tantos que deberíamos considerar su exportación) y de todo pelaje y condición. Dos de esos ejemplos los hemos descubierto este año: 
  • El primero es un chaval de Izquierda Unida que manifestó a los cuatro vientos su alegría por la derogación de la doctrina Parot (que mantenía en la cárcel a gentuza de la peor condición). Olé.
  • El segundo ejemplo lo encarna un perroflauta con ínfulas académicas y pretensiones políticas que recientemente ha comparado un asesinato a sangre fría con un suicidio. Olé y olé y olé.
Lo peor de esto es que los casos en los que un demagogo inoportuno deja de ser ambas cosas son tan marginales que habría que declararlos leyendas urbanas. Vamos que de retractarse de sus gilipolleces rien de rien: hasta el ridículo y más allá.

Así las cosas, lo mejor que se puede hacer ante un demagogo inoportuno, dado que es tarde para avisar a su padre de los beneficios de ponerse un condón, es dedicar el mínimo tiempo a descalificarlos por hacer de la libertad de expresión un cheque en blanco para idioteces. Con lo cual, mejor acabo ya el artículo no vaya a ser que a lo tonto esté dando relevancia a gente que, honestamente, no se merecen ni un segundo más de mi atención (ni de la de nadie medianamente normal).

domingo, 11 de mayo de 2014

"La mujer de negro": Un viaje al corazón del miedo

Allá por 2007, escribí una reseña en este mismo blog sobre la hoy famosa La mujer de negro, obra de Stephen Mallatratt, a partir de la novela homónima de Susan Hill, que presenta al espectador al señor Arthur Kipps, un honorable abogado que alquila un teatro y contrata los servicios de un actor profesional para que le ayude a recrear un misterioso suceso que le ocurrió hace años...y hasta ahí puedo escribir.

Ahora, se ha reestrenado en España, de nuevo protagonizada por ese incontestable maestro de la escena llamado Emilio Gutiérrez Caba (en esta ocasión, también desempeñando las funciones de
director), quien, en este nuevo montaje, está brillantemente acompañado por el joven actor Ivan Massagué.

¿Por qué volver a escribir entonces sobre una obra que ya he vi y comenté en su día? Por las mismas razones por las que merece la pena (volver a) ver La mujer de negro
  • Porque es una obra que pretende y consigue algo enormemente difícil (y máxime en un escenario): inquietar al espectador. Y lo hace de manera especialmente hábil, es decir, sin recurrir o apelar al susto o grito fácil, sino a la tensión, a la sugestión, a la mente del espectador.
  • Porque es un creciente recital de dos actores que simplemente bordan sus papeles.
  • Porque es una pieza ejemplar a la hora de demostrar que cuando hay ingenio no hace falta mucho más.
  • Porque es una fantástica prueba de cómo la complicidad y la capacidad de sugestión del espectador convierten lo irreal en experiencia real.
  • Porque es un entretenidísimo juego de teatro dentro del teatro en el que realidad y ficción se alternan hasta
    (con)fundirse.
  • Porque, más allá de lo sobrenatural y lo fantástico, habla de cómo nuestras deficiencias a la hora de enfrentarnos al dolor y la pérdida pueden desencadenar males mayores o, mejor dicho, peores.
  • Porque esta historia de fantasmas es una buena forma de revisitar el elegante e inteligente "terror gótico", ese que antaño cultivaron maestros como Edgar Allan Poe o Henry James.
  • Y porque, en esencia, es un viaje al corazón del miedo, entendido éste como una reacción de nuestra mente ante lo imposible, lo desconocido, lo invisible, lo imprevisto, lo inexplicable o, simplemente, ante lo que nos supera de tal manera que nuestro papel queda reducido a víctima.
Por eso, no puedo más que recomendar esta obra y este montaje porque, aunque mejorable (yo, por ejemplo, eliminaría las proyecciones de imágenes), dignifica al teatro como arte y espectáculo y, además, no decepcionará ni a los espectadores más exigentes ni a aquellos que sean menos expertos o simpatizantes del arte dramático. Y es que ver La mujer de negro es, con todo merecimiento y en muchos sentidos, un plan de miedo.

viernes, 9 de mayo de 2014

La suerte del diablo

Ahí estás. En tu celda. Sin más compañía que la asfixia de cemento y metal que da forma a tu único lugar en el mundo. Te recuestas contra la pared, junto a la herrumbre de tu camastro apolillado. Por el ventanuco entra la luz del sol. Una luz blanca, difusa, ahogada. El último aliento de un mundo que es probable que no vuelvas a ver jamás. Tienes la boca seca y el cuerpo empapado en sudor. El desierto te manda recuerdos, hijo de puta. El calor empieza a arrancar de tu piel un olor intenso, rancio, animal. Un hedor al que ya te has acostumbrado hace meses. Cierras los ojos y te dejas ir. Y ya no estás en esa prisión. Has vuelto atrás. Al pasado donde escondes tus secretos. A los momentos en que dejaste al ser humano que una vez tal vez fuiste y abrazaste al monstruo. A esos lugares que decidiste marcar en tu mapa como sitios donde enterrar el tesoro de la inocencia. Sonríes. Tus labios cortados se retraen como cuero rajado, dejando ver tus encías moradas y dientes del color del pus. Y tu risa se va llenando de llantos agudos y gritos desgarrados, de pieles suaves y carnes blandas, de cuerpos pequeños entre manos grandes, de rostros sin apellidos llenos de tu nombre. Ellos. Ellas. Uno a uno. Todos. Tus niños. Para cuando te das cuenta, tu mano se ha perdido dentro de tus pantalones y tienes la boca abierta y la lengua húmeda moviéndose como un pez moribundo fuera del agua. Y ríes. Ríes triunfal. Bailas sobre los añicos de otros que nunca pudieron hacer nada contra ti. Tu victoria, su tragedia. Tu éxito, el fracaso del ser humano. Y conforme empiezas a mancharte las manos con tu semen, te sientes poderoso. Te podrán haber privado de tu libertad, pero jamás te quitarán tus recuerdos, tus sensaciones, los ecos de las almas que reventaste alzándose en tus entrañas como fantasmas reptando por un pozo.

Y entonces, el carcelero aparece en la puerta. Indulto. Alguien que se acuesta en camas libres de escrúpulos ha decidido dejarte libre. Alguien a quien nunca le salpicará la desgracia te devuelve un derecho que merecidamente perdiste. Tu cara borra toda expresión por la sorpresa, por el absurdo, por lo inesperado. Y luego estallas en una carcajada. Una risa histérica, feliz. El mundo se vuelve a abrir para ti. Y en él, nuevos nombres, nuevos cuerpos, nuevas vidas que quebrar para tu íntimo, salvaje y secreto placer.

Sales y te fundes en el relámpago del sol con una sonrisa en los labios. Ahora ya sabes que la suerte siempre está dispuesta a guiñarle un ojo al diablo.

domingo, 4 de mayo de 2014

"La gran belleza": Obra maestra

Hay cosas que siempre merecen la pena. Las obras maestras, por ejemplo. Hay cosas que secuestran tus sentidos, te roban las palabras y te arrollan con pensamientos. Las obras maestras, por ejemplo. Hay cosas que te marcan y te calan tan hondo como llegue el recuerdo. Las obras maestras, por ejemplo. Hay muy pocas cosas que puedan y merezcan considerarse obras maestras. La gran belleza, por ejemplo. 

Implacable e impecable en su perfección, la oscarizada película de Paolo Sorrentino constituye uno de esos extraños, infrecuentes e impresionantes casos en los que el ingenio, la sensibilidad y el buen criterio convierten al arte en algo más que arte o, quizás, en lo que debería ser el arte: una puerta al conocimiento interior, al (re)descubrimiento de la condición humana, al replanteamiento de nuestras certezas, al viaje por el laberinto de la existencia. Hipnótica y apabullante tanto en la forma como en el fondo, La gran belleza es un constante recital de maestría lleno de imágenes y palabras para el recuerdo. Los diálogos, los monólogos, los planos, las escenas, las secuencias, las interpretaciones, las localizaciones, la música…todo en esta película es merecedor de ser recordado. Y es que, dejando al margen cualquier posible comparación con Fellini, Lynch o Malick, lo que ha hecho Sorrentino en este film es algo tan personal como irrepetible, insuperable e inalcanzable. Así de sencillo.

Partiendo de la inmersión en la lujosa, decadente y frívola vida del escritor y periodista Jep Gambardella (monumental Toni Servillo) en una Roma donde lo majestuoso y lo degradante se (con)funden perfectamente, La gran belleza es una obra (de arte) que, más allá de lo cinematográfico, constituye una declaración de amor al vacío, un brindis por la carencia y la pérdida,un triunfal viaje a ninguna parte, una celebración de la ruina, una incontestable declaración del estado de desengaño, un conmovedor elogio de lo imperfecto y lo inacabado, una visita guiada por el jardín de la desolación, una reivindicación de la farsa ante el absurdo que nos rodea, una maravillosa crónica del abandono, un orgasmo de derrumbe y derrota, una lección de sabiduría desde lo intrascendente, un fascinante misil contra los discursos imperantes en la sociedad y el arte actuales, una preciosa defensa de la decadencia y la huida hacia delante como únicas opciones posibles ante un mundo y una sociedad carentes de rumbo y sentido. Eso es La gran belleza, pero también es una película que nos habla de la elegancia del fracaso, de la honradez que cabe en “no querer ser”, de la decencia que demuestra aceptar y renunciar a todo aquello que no somos ni llegaremos a ser, de la aventura de descubrir el truco a la vida, del cinismo como sinceridad, de la filosofía de la desesperanza, de la felicidad que se puede encontrar entre lo que no podremos ser y lo que no queremos ser, de la vida como búsqueda febril y frustrante, de la liberadora carencia de absolutos, de la valentía de no seguir el guión, de la belleza de dejarse llevar

Como dicen en la película, Flaubert quiso escribir un relato sobre la nada y no lo consiguió. Sorrentino sí. Y lo ha hecho con una película maravillosa que siempre merecerá la pena ver, disfrutar, recordar y pensar.

sábado, 3 de mayo de 2014

Lo que puedes aprender con un "playmobil"

Todos hemos tenido una etapa en nuestras vidas en la que, con muy poco y muy pequeño, podíamos vivir muchas grandes aventuras, dejando en papel mojado el tiempo y el espacio, saliéndonos al margen de la vida, permitiendo que nuestra imaginación se pusiera a los mandos, convirtiendo cualquier rincón en un teatro de lo imprevisible, transformándonos en creadores y protagonistas de lo impensable, renunciando al reglamento del tedio, haciendo que apenas bastaran unos minutos para alcanzar la más absoluta felicidad y despreocupación. Una etapa en la que soñar y jugar iban de la mano. Una etapa en la que cruzábamos la frontera entre la realidad y la ficción con la velocidad del parpadeo. Una etapa en la que lo grande cabía en lo pequeño. Una etapa llamada infancia donde, conforme van pasando los años, el recuerdo y el fetiche se confuden en objetos que unos afortunados aún conservan y otros los perdieron allí donde comienza la nostalgia.

Una etapa que, al igual que las posteriores, está señalada por
sus propias y numerosas marcas. En mi caso:Disney, Lego, Bandai, Mattel, Kenner, Hasbro...Pero, si hay una marca y un juguete especialmente vinculados a esos pequeños grandes años no hay duda posible: Playmobil. Y es que esos muñecos, los archifamosos "clicks", que este año cumplen su 40º aniversario, han acompañado a varias generaciones en esos ratos en los que cualquier intromisión procedente del mundo real era susceptible de no ser bienvenida. Unos muñecos menudos (7,5 cm),sencillos, rígidos y con el nivel de detalle justo para ser enormemente eficaces, pues, con ellos en tus manos, podías desde meterte en un sarao prehistórico hastaexplorar la galaxia. Unos juguetes que, "reproduciéndose" más rápido que el ser humano, llevan camino de no dejar ni un solo lugar, momento, época, personaje o profesión sin "playmobilizar". Tanto han crecido que incluso ya no es tan raro encontrar clicks tamaño "humano".

Pero, más allá de la anécdota del 40 cumpleaños de estos entrañables juguetes, lo verdaderamente llamativo es su paradójico encanto: Basta un playmobil para que un niño tire toda consciencia por el sumidero de unos ojos abiertos. Pero también basta un playmobil para que un adulto recupere la consciencia y redescubra la felicidad de lo pequeño, la magia de lo sencillo, el ilimitado poder de la imaginación y la reconfortante convicción de saber que, en algún momento de su biografía, ha vivido sin más condición que la de no caer en el aburrimiento. Y todo eso con, por, junto y gracias a un muñeco. No es poco. 

viernes, 2 de mayo de 2014

La última noche de Mickey Sorensen

La miró y se le nubló la vista. Y luego todo lo demás. Mickey Sorensen nunca averiguaría si fue por los nueve botellines de cerveza o por la píldora de viagra entre el sexto y el séptimo botellín o por no hacer ejercicio desde los seis años o por llevar dos días sin dormir o por soportar ciento treinta kilos de sebo o por tener una erección que eliminó el resto de sangre de su organismo. Pero lo cierto es que al ver a "La fabulosa Jewel" deslizarse por la barra americana sin más abrigo que un tanga de lentejuelas y un tifón de groserías, aquel cerdo con el pelo de Harpo Marx supo por primera vez a sus cuarenta y siete años que una angina de pecho no es un "flechazo" y que una camisa hawaiana y unos bermudas llenos de lamparones con su propio ADN no eran el mejor vestuario para presentarse ante San Pedro.
Así, al tiempo que un camión y tres bastardos quedaban en orfandad, el tanga de "La fabulosa Jewel" voló por la sala mientras su inesperado secreto emergía como un leviatán genital ante alientos cortados y neones encendidos.